Cuando quien debe cuidar es quien agrede


El código penal peruano reconoce como agravante el hecho que quien perpetra una violencia sea la persona a cargo del cuidado del otro. Docentes, policías, militares, personal sanitario, de cuidado a las infancias y autoridades civiles y comunitarias tienen un imperativo especial de garantizar los derechos de las personas, y además se encuentran en una relación de poder respecto a quienes están bajo su cuidado o acuden a sus servicios.

Pese a ello, los agresores sexuales más frecuentes son los cuidadores, primero la familia, y luego el personal a cargo de brindar un servicio de cuidado. Para entenderlo, debemos revisar tres factores:

Ø  Un depredador busca presas.

Ø  Deficiente formación profesional.

Ø  Insuficientes filtros de contratación.

 

Un depredador busca presas

Los agresores sexuales reincidentes buscan activamente ocasiones para estar en contacto con sus potenciales víctimas. De hecho, es una de las características de pedófilos tanto frecuentar espacios donde hay niños o niñas, como el buscar trabajos que les permitan tener cercanía a niñas y niños. Muchas veces no son los profesionales del rubro, pero buscarán la manera de tener acceso a sus potenciales víctimas.

Deficiente formación

Las instituciones de formación superior están en crisis por la débil formación ética y nula formación en sexualidad en carreras vinculadas a servicios. Las universidades e institutos esperan que esta formación sea cubierta por las familias y la educación básica. Pero la realidad es que muchas familias refuerzan la cultura de la violación, y no se ha conseguido aún una plena implementación de la educación sexual integral en las escuelas. Por ello se hace necesario incluir estos aspectos en la formación profesional para asegurar que no se esté titulando a potenciales agresores. Esto también implica limpiar los centros de formación superior de toda forma de violencia.

Insuficientes filtros de contratación.

Los colegios profesionales también están debilitados, no hacen un seguimiento a su colegiado, y en algunos casos (como el colegio de psicólogos) la habilitación o inhabilitación se limita al pago de cuotas, y se espera pasivamente para iniciar algún proceso disciplinario. Lo observamos en el caso del Señor Angulo que se pasea desinformando por programas de mediodía, y en el reciente caso de violencia sexual en una UPE de Ucayali. El Estado no puede esperar a que los colegios profesionales pasen a una actitud proactiva, y debe incluir mayores filtros y seguimiento al personal que estará en contacto con poblaciones en vulnerabilidad como niños, niñas, adolescentes, adultas mayores, personas con discapacidad, diversidades y mujeres sobrevivientes de violencia.

 

En general, la actitud frente a la violencia es reactiva y punitiva, en vez de preventiva y resocializadora. En otras palabras, importa más el castigo, que evitar el daño.

Urge cambiar este paradigma de respuesta a la violencia, que la trata como algo punible pero inevitable, a uno en que de manera activa formemos en una ciudadanía que respete a las mujeres, las infancias y las diversidades, y donde ninguna persona sea violentada.

 

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