Presiones, aspiraciones y posibilidades


Hace treinta años, la opción de ingreso preferente antes de terminar la secundaria, era una oferta experimental de unas pocas universidades privadas, especialmente de algunas nuevas que de esa forma buscaban asegurar la capacidad de sus egresados y ganar prestigio. 

Hoy esta opción es una práctica común de las universidades privadas de mayor prestigio y costo. Así, en los meses de noviembre cierto sector de adolescentes están con la presión de ingresar a la universidad, en vez de disfrutar de sus últimos días en el colegio… aunque ciertamente no para todas las personas el colegio es un lugar de disfrute.

Ese es un tipo de experiencia, la de una clase media emergente y aspirante a élite. Pero no es la única experiencia de las adolescencias peruanas al final de su educación básica. Es saludable empezar a mirar y cuestionar esta práctica, pero las formas en que las adolescencias gestionan sus aspiraciones y presiones están mediadas por sus posibilidades.

Un poco más atrás de estas clases medias emergentes se ubican quienes deben buscar una casa de estudios superiores técnicos o universitarios más modesta respecto a los costos. Para este grupo hay dos alternativas: una institución pública o una institución privada más accesible pero menos prestigiosa, y posiblemente de menor calidad.

El decantar por una universidad pública implica superar dos desafíos: El primero es el estigma ideológico que para muchas personas (padres, madres, adolescentes) cargan las universidades estatales, en la mayoría de los casos estereotipadas como de izquierda radical. Sí, sé que para la mayoría de mis lectores San Marcos es la Decana de América, pero cerca de la mitad del país (esa que votó por Keiko en segunda vuelta y por Rafael López en las municipales) la supuesta afiliación ideológica de estudiantes y docentes sanmarquinos representa un grave problema. Y digo “supuesta”, porque vamos, no es un 100% ni siquiera en las facultades más progresistas como sociales, educación o derecho… e incluso, reto a mis lectores sanmarquinos a señalarme qué porcentaje de sus otrora compañeros de estudios tienen actualmente alguna militancia izquierdista, y si dicha militancia se acerca más al comunismo o a una social democracia. Pero, el estigma es el estigma, e incluso después de egresada una carga con por ejemplo ser sindicada de aprista por haber estudiado en la Villarreal. Aceptar y enfrentar eso no es algo que logren todas las personas, como también el estigma (a veces real) de la baja calidad de las instituciones públicas, especialmente institutos tecnológicos.

El segundo desafío es sobrevivir a la masacre del proceso de admisión. Incluso el talento puede quedar excluido en estos exámenes, por el alto número de postulantes y la arbitraria complejidad de las pruebas. Hoy en día ingresar sin una preparación especializada es imposible. Entonces, lo que se ahorrará en pensiones, se invierte en academias preuniversitarias que logren el entrenamiento para enfrentar las pruebas. El entrenamiento se da en ocasiones desde los primeros años de secundaria, a veces directamente en un colegio privado de perfil pre universitario que garantice el ingreso a la UNI o San Marcos en el cartel. No todas las familias tienen el tiempo y dinero de esa inversión. No todas las adolescencias tienen la capacidad de responder a un memorístico examen de admisión, aunque seguramente poseen todas las capacidades para ser abogados, médicos, ingenieros, comunicadores, científicos y más…. Pero incluso por un tema de manejo de estrés y ansiedad enfrentar el apocalíptico proceso de admisión se vuelve imposible, y tras algunos intentos, meses o años postulando, se enrumba a un Plan B.

Estas familias y adolescencias no viven el estrés del primer grupo, la es por prepararse, postular y pensar en un plan de respaldo si fracasan.

Algo más atrás, en las provincias que no son capitales regionales, y algunas capitales regionales, las posibilidades de una educación superior pasan por la migración a la capital regional o a la capital nacional. Ello requiere una mayor inversión económica y de redes familiares y sociales que permitan la estadía del o la adolescente durante su preparación, y en caso logre ingresar, durante los años de su formación. Si no se cuenta con estos recursos, y si se insiste en la formación superior, tal vez la única oferta disponible sea la escuela o instituto pedagógico público. Aquí las posibilidades pesan más que la vocación, si querías ser ingeniera, puedes convertirte en docente de matemáticas, si lo tuyo era la pediatría, serás maestro de inicial, si el sueño era el de un periodista, pues te conformas con enseñar comunicación en tu pueblo de origen o uno incluso más precarizado. Como sea, está el grupo de los más rezagados, para quienes hasta el pedagógico público es inalcanzable… no por falta de talento necesariamente, sino de recursos y condiciones. Ellos y ellas no tienen ese estrés de ingresar ahora, lo harán cuando puedan, si es que pueden.

Dirán que existen las becas, pero estas exigen excelencia académica, una excelencia que incluso si se alcanza para ingresar, es casi imposible de mantener con el bajo nivel de educación básica recibido en las escuelas. Ello, por no contar el choque cultural, la ansiedad por separación, la violencia capitalina, la violencia racista, y para las mujeres y diversidades, también la violencia machista. Historias de becadas golpeadas por sus parejas que le roban el estipendio que reciben, otras de becados discriminados por su origen desarrollando cuadros depresivos, de maternidades no planificadas, de docentes indolentes… historias donde el esfuerzo y el talento sucumben frente a la segregación estructural del país.

Finalmente están quienes postergan el sueño de la educación superior a un segundo momento, cuando tengan los recursos económicos y de tiempo necesarios. Mientras tanto, trabajan y ahorran, luego reinsertarse al mundo académico en un pre universitario suena lejano, complicado… entonces nuevamente aparecen los institutos y universidades de bajo costo como la alternativa.

Pero tú les sigues llamando “mediocres” a esas alternativas de bajo costo y a sus egresados. Ciertamente hay aún mucha estafa disfrazada de universidad, pero también hay muchas historias de esfuerzo, perseverancia e instituciones que tienen la calidad, pero no el prestigio, porque en este país el prestigio no lo otorga la meritocracia sino la red de contactos, esa red que para las verdaderas élites se construye desde el colegio, y por eso el estrés de ingresar a la universidad, se vive de manera anecdótica, o tal vez el estrés sea por no poder estudiar fuera del país, o por salir del cascarón…

En un país desigual como el nuestro, el talento, la capacidad académica es una variable más en la ecuación, y no la más importante. Si tu entorno, tu vivencia es la del primer grupo, estresado por alcanzar el ingreso preferente a una universidad que requiere una inversión económica de cuatro dígitos, formas parte de una minoría. Casi podrías agradecer el estrés que estás pasando. Ahora piensa nuevamente si es razonable someter a un/a adolescente a esa ansiedad, fruto de una burbuja social… o si tal vez puedan aprovechar estas últimas semanas del año y tratar de mirar más allá de esa burbuja.

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