Hoy esta opción es una práctica común de las universidades privadas de mayor prestigio y costo. Así, en los meses de noviembre cierto sector de adolescentes están con la presión de ingresar a la universidad, en vez de disfrutar de sus últimos días en el colegio… aunque ciertamente no para todas las personas el colegio es un lugar de disfrute.
Ese es un tipo de experiencia, la de una clase media emergente
y aspirante a élite. Pero no es la única experiencia de las adolescencias
peruanas al final de su educación básica. Es saludable empezar a mirar y cuestionar
esta práctica, pero las formas en que las adolescencias gestionan sus
aspiraciones y presiones están mediadas por sus posibilidades.
Un poco más atrás de estas clases medias emergentes
se ubican quienes deben buscar una casa de estudios superiores técnicos o
universitarios más modesta respecto a los costos. Para este grupo hay dos
alternativas: una institución pública o una institución privada más accesible
pero menos prestigiosa, y posiblemente de menor calidad.
El decantar por una universidad pública implica superar dos
desafíos: El primero es el estigma ideológico que para muchas personas (padres,
madres, adolescentes) cargan las universidades estatales, en la mayoría de los
casos estereotipadas como de izquierda radical. Sí, sé que para la mayoría de
mis lectores San Marcos es la Decana de América, pero cerca de la mitad
del país (esa que votó por Keiko en segunda vuelta y por Rafael López en las
municipales) la supuesta afiliación ideológica de estudiantes y docentes
sanmarquinos representa un grave problema. Y digo “supuesta”, porque vamos, no
es un 100% ni siquiera en las facultades más progresistas como sociales,
educación o derecho… e incluso, reto a mis lectores sanmarquinos a señalarme
qué porcentaje de sus otrora compañeros de estudios tienen actualmente alguna
militancia izquierdista, y si dicha militancia se acerca más al comunismo o a una
social democracia. Pero, el estigma es el estigma, e incluso después de egresada
una carga con por ejemplo ser sindicada de aprista por haber estudiado en la
Villarreal. Aceptar y enfrentar eso no es algo que logren todas las personas, como
también el estigma (a veces real) de la baja calidad de las instituciones
públicas, especialmente institutos tecnológicos.
El segundo desafío es sobrevivir a la masacre del proceso de
admisión. Incluso el talento puede quedar excluido en estos exámenes, por el
alto número de postulantes y la arbitraria complejidad de las pruebas. Hoy en
día ingresar sin una preparación especializada es imposible. Entonces, lo que
se ahorrará en pensiones, se invierte en academias preuniversitarias que logren
el entrenamiento para enfrentar las pruebas. El entrenamiento se da en ocasiones
desde los primeros años de secundaria, a veces directamente en un colegio
privado de perfil pre universitario que garantice el ingreso a la UNI o San
Marcos en el cartel. No todas las familias tienen el tiempo y dinero de esa
inversión. No todas las adolescencias tienen la capacidad de responder a un
memorístico examen de admisión, aunque seguramente poseen todas las capacidades
para ser abogados, médicos, ingenieros, comunicadores, científicos y más…. Pero
incluso por un tema de manejo de estrés y ansiedad enfrentar el apocalíptico
proceso de admisión se vuelve imposible, y tras algunos intentos, meses o años
postulando, se enrumba a un Plan B.
Estas familias y adolescencias no viven el estrés del primer
grupo, la es por prepararse, postular y pensar en un plan de respaldo si
fracasan.
Algo más atrás, en las provincias que no son capitales
regionales, y algunas capitales regionales, las posibilidades de una
educación superior pasan por la migración a la capital regional o a la capital
nacional. Ello requiere una mayor inversión económica y de redes familiares y
sociales que permitan la estadía del o la adolescente durante su preparación, y
en caso logre ingresar, durante los años de su formación. Si no se cuenta con
estos recursos, y si se insiste en la formación superior, tal vez la única
oferta disponible sea la escuela o instituto pedagógico público. Aquí las
posibilidades pesan más que la vocación, si querías ser ingeniera, puedes
convertirte en docente de matemáticas, si lo tuyo era la pediatría, serás
maestro de inicial, si el sueño era el de un periodista, pues te conformas con
enseñar comunicación en tu pueblo de origen o uno incluso más precarizado. Como
sea, está el grupo de los más rezagados, para quienes hasta el pedagógico
público es inalcanzable… no por falta de talento necesariamente, sino de
recursos y condiciones. Ellos y ellas no tienen ese estrés de ingresar ahora,
lo harán cuando puedan, si es que pueden.
Dirán que existen las becas, pero estas exigen excelencia
académica, una excelencia que incluso si se alcanza para ingresar, es casi
imposible de mantener con el bajo nivel de educación básica recibido en las
escuelas. Ello, por no contar el choque cultural, la ansiedad por separación,
la violencia capitalina, la violencia racista, y para las mujeres y
diversidades, también la violencia machista. Historias de becadas golpeadas por
sus parejas que le roban el estipendio que reciben, otras de becados
discriminados por su origen desarrollando cuadros depresivos, de maternidades
no planificadas, de docentes indolentes… historias donde el esfuerzo y el
talento sucumben frente a la segregación estructural del país.
Finalmente están quienes postergan el sueño de la
educación superior a un segundo momento, cuando tengan los recursos
económicos y de tiempo necesarios. Mientras tanto, trabajan y ahorran, luego
reinsertarse al mundo académico en un pre universitario suena lejano,
complicado… entonces nuevamente aparecen los institutos y universidades de bajo
costo como la alternativa.
Pero tú les sigues llamando “mediocres” a esas alternativas de
bajo costo y a sus egresados. Ciertamente hay aún mucha estafa disfrazada de universidad,
pero también hay muchas historias de esfuerzo, perseverancia e instituciones
que tienen la calidad, pero no el prestigio, porque en este país el prestigio
no lo otorga la meritocracia sino la red de contactos, esa red que para las
verdaderas élites se construye desde el colegio, y por eso el estrés de
ingresar a la universidad, se vive de manera anecdótica, o tal vez el estrés sea
por no poder estudiar fuera del país, o por salir del cascarón…
En un país desigual como el nuestro, el talento, la
capacidad académica es una variable más en la ecuación, y no la más importante.
Si tu entorno, tu vivencia es la del primer grupo, estresado por alcanzar el
ingreso preferente a una universidad que requiere una inversión económica de
cuatro dígitos, formas parte de una minoría. Casi podrías agradecer el estrés
que estás pasando. Ahora piensa nuevamente si es razonable someter a un/a
adolescente a esa ansiedad, fruto de una burbuja social… o si tal vez puedan
aprovechar estas últimas semanas del año y tratar de mirar más allá de esa
burbuja.
Comentarios