Ser docente es una vocación compleja en Perú. Muchas veces no nace de una vocación por la docencia, sino por la oportunidad de ser profesional. Mientras más empobrecida y alejada de las capitales está una localidad, menor es tanto la oferta de educación básica de calidad, como la diversidad de oferta de educación superior. Así, muchas personas a lo que pueden acceder es a la carrera docente, como efecto de factores económicos, limitada oferta y dificultades para ingresar a otra carrera (producto de la baja formación básica, y de la alta competitividad en las universidades públicas).
Pese a ello, muchos dearrollan su
vocación mientras estudia, pero también están quienes ingresan con gran ilusión
y luego enfrentan una serie de frustraciones al darse cuenta de que su origen,
su condición económica, su pertenencia étnico racial y su género influyen de
manera importante, e incluso determinante en sus oportunidades profesionales,
por encima de sus aspiraciones y potencialidades[1].
Entonces, la meritocracia pierde
sentido frente a los determinantes sociales que interfieren a lo largo de sus
trayectorias de vida. Hay diversas formas de enfrentarlo: habrá quienes se
esfuercen el triple, quienes busquen un atajo a través de relaciones
personales, quienes recurran a la corrupción, y quienes intenten revertir el
sistema de una u otra forma. También habrá quienes encuentren satisfacción en
los logros de sus estudiantes, en el reconocimiento de la comunidad y padres de
familia, y habrá a quienes todo ello les será insuficiente.
Todas son respuestas humanas, y
legítimas mientras no generen un daño. El daño es evidente en la corrupción,
pues se está colocando una piedra más en el camino del otro, que también parte
de la situación de desigualdad. Pero el daño también está cuando al centrar la
atención en la necesidad propia como docente, se pierde de vista la necesidad
de las y los estudiantes.
Un error común, es centrarse
tanto en el medio para lograr el objetivo, una huelga, una ley, o cualquier
otra demanda, que se olvida el objetivo: la mejora de la educación para las y
los estudiantes.
Y así surge el maestro (y la
maestra) que no quiere a sus alumnas y alumnos. No necesariamente es quien
ejerce la docencia con desánimo, ausentismo y sin profesionalismo (que también
existen), sino quien pone por encima su propia reivindicación gremial, sin
darse cuenta de que está perpetuando el círculo de desigualdad y pobreza al
reproducir en el estudiantado las carencias que él o ella misma sufrió.
Esto ocurre, por ejemplo, cuando
no asegura los aprendizajes al volver de una prolongada ausencia por (justa)
huelga magisterial, cuando reproduce discursos misóginos y homofóbicos que
afectan a sus estudiantes, cuando desprecia las lenguas y las culturas
originarias y/o afroperuanas, incluso ejerciendo endorracismo. Sucede también
cuando se opone a estándares mínimos de calidad sin desarrollar una contrapropuesta,
y especialmente cuando comete abusos a partir del poco o mucho poder que
ostenta.
Esto también puede suceder de
manera institucional, desde el poder legislativo, el ejecutivo y los gobiernos
regionales, cuando los intereses políticos, ideológicos, y también gremiales se
imponen a las necesidades de las y los estudiantes.
Las contrarreformas sobre la ley
universitaria, la carrera magisterial, la educación intercultural bilingüe, la educación sexual integral y otras
propuestas que se centran en las necesidades de docentes o familias, pero no de
estudiantes, son formas institucionales de desafecto hacia el estudiantado,
protagonizadas lamentablemente tanto desde el legislativo, como desde el
ejecutivo por docentes, que parecen no querer a sus alumnos, o querer más otro
tipo de intereses.
(…) Continuará
[1] A partir de Eguren, M y Belaunde, C (2019) No era
vocación, era necesidad. Motivaciones para ser docente en el Perú https://cutt.ly/YIt5b9a
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