Con licencia para matar sueños


La educación es considerada una promesa de progreso, un arma contra la pobreza, un medio de superación. Para quienes así lo piensan, la educación universitaria es un fin en sí misma. No interesa tanto la carrera como el nivel académico. Muchos jóvenes y sus familias desean por ello ser universitarios, incluso sin haber resuelto su vocación.

Resultado de imagen para universidadLa baja calidad de la educación básica pública y privada ha creado una brecha en el acceso a la educación superior difícil de superar. Los jóvenes y sus familias invierten en academias para cerrar esa brecha y alcanzar la anhelada universidad, pero la alta contienda por vacantes en las universidades públicas deja por fuera a muchos jóvenes competentes, aunque no excepcionales. La valla para acceder a la educación pública universitaria ha crecido de tal forma, especialmente en las universidades de la capital, que salvo los becados, el grueso de sus estudiantes son de clase media, egresados de colegios particulares y parroquiales, de buenas academias preuniversitarias.

El resto de jóvenes competentes hacen un esfuerzo, junto con sus familias y se matriculan en alguna universidad privada de menor costo, para cumplir su sueño universitario. Año tras año egresan de estas universidades chicos y chicas que intentan competir en el marcado laboral de manera desigual con sus pares de otras universidades. La batalla es desigual no solo por el posible prestigio (o su falta) de las universidades de donde egresan, sino sobre todo porque no alcanzan el desempeño esperado para su profesión. Se dan cuenta entonces que su inversión no ha servido y que de alguna forma han sido estafados.

Estas empresas disfrazadas de universidades que lucran con las esperanzas de miles de jóvenes y sus familias, han entendido bien que el negocio está en convencer principalmente a las familias de pagar ese sueño. A partir de este principio han instalado una práctica perniciosa, extendiendo el rol de padre proveedor y protector hasta la educación superior, en cuanto al seguimiento de logros académicos mediante reuniones, envío de esquelas y otras estrategias extraídas de la educación básica regular, donde los estudiantes aún son menores de edad. Lo pernicioso de esta práctica es porque una porción importante de la experiencia en esta etapa (sea cursando o no estudios superiores) entre los diecisiete y los veintitantos, es lograr la autonomía, explorando diversas facetas de la personalidad, para así afianzar el ejercicio ciudadano y construir la persona que seremos.  Al prolongar el tutelaje se corta y retrasa esa experiencia, y el egresado no está preparado para tomar decisiones asumiendo las consecuencias, que es parte de lo que la sociedad espera de un ciudadano, y las empresas de un profesional.

Estas son universidades que reclaman por no alcanzar el licenciamiento. No lo alcanzan por no dar un mínimo de calidad donde la inversión de tiempo, esfuerzo y dinero sea retribuida con educación y formación profesional. Enfrentar esta realidad es un proceso doloroso, como descubrir cualquier engaño; pero siempre es mejor reconocer el engaño, pasar la página y dar un giro de timón, a seguir viviendo en el engaño. A fin de cuentas, siempre queda la posibilidad para las universidades-empresa, y algunas públicas tomadas por las mafias para rectificarse y empezar a brindar de verdad lo que ofrecen.




PD: Un feliz aniversario este 31 de octubre la Universidad Nacional Federico Villareal. Que los estudiantes y buenos maestros tomen las riendas y expulsen a las hordas que aún siguen enquistadas. El momento es favorable.

Comentarios

Rino Luis ha dicho que…
Las más perjudicados son nuestros jóvenes que ven amenazado sus sueños y esperanzas.