Gregory Bateson acuñó dentro de la teoría de la terapia sistémica el concepto de “comunicación
esquizofrenizante” como el envío de dos mensajes contradictorios ante los que el
destinatario no tiene posibilidad de ignorar ninguno. Por ejemplo: “no lea este
cartel”. Para saber qué tengo que hacer con el cartel tengo que leerlo,
precisamente lo que no debo hacer, pero no sé que no debo hacerlo hasta que
incumplo. Una variante más cotidiana es cuando al intentar una solución, la
misma acción de la solución evita que la solución se produzca. Por ejemplo,
cuando nos proponemos “olvidar a alguien”, para hacerlo hay que tener presente
que debemos olvidar a esa persona, con lo que en vez de olvidarla, la estamos recordando.
La teoría sistémica también nos advierte que en la mayoría de los casos hay una
estructura o sistema que predispone a estas situaciones paradojales.
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Fuente de imagen: Blog Alta Velocidad http://blogs.grupojoly.com/ignacio-martinez/ |
Ahora pensemos en un
sistema más grande que la unidad familiar en que se inspira la terapia
sistémica, más o menos del tamaño de un país post-conflicto. Desde hace más de
dos décadas se ha instalado en el sentido común un discurso antipolítico, en
especial, pero sin nombrarlo, contra la política partidaria. Este discurso
sostiene que la política es vil, ruin, mala, pérfida, corrupta, dañina, que es
un instrumento para destruir países, que los políticos no pasan de ladrones
comechados y que nada bueno puede salir de ello. Lo esquizofrenizante de este
mensaje es que quienes más lo posicionan son personas que hacen política, y de
esa forma buscan atacar a un rival porque es un “político tradicional” o pretende
evitar exponerse a ser incluido en este nefasto grupo sosteniendo: “yo no voy a
postular”.
Que alguien que hace
política llame a no hacer política se convierte en esquizofrenizante porque si
se obedece y no se hace política, se está aceptando un mandato político, y si
se hace política se contraviene el mandato. El rechazo o huida al quehacer
político expresa la parálisis frente
al mandato contradictorio de hacer algo bueno cuando lo que se hace es
política, y la política por definición es maldad. Aceptemos que los pulpines no
son pingüinos, pues lejos de asumir su rol político (no partidario) declaran
abiertamente su rechazo a la política (en especial los organizados por zonas territoriales), e incluso han
defendido su irrepresentabilidad
(sic). Era de esperar que respondan con un mensaje esquizofrenizante a los
mensajes que han recibido durante toda su vida.
La teoría sistémica
señala que para romper este círculo se debe subir un escalón más arriba, y
desde lo metacomunicacional admitir que todo lo que se hace o no se hace en una
interacción influye en las partes involucradas y se retroalimenta. Lo ideal es
que todas las partes construyan este diálogo desde lo metacomunicacional, pero
en este sistema llamado Perú, hay un grupo de poder que no lo hará porque la
parálisis que produce esta comunicación esquizofrenizante le es funcional.
Evidentemente quienes se benefician son los militantes del neoliberalismo, la
ideología sin partido por excelencia, cuyo principal pilar es atacar el
quehacer político para magnificar el pragmatismo que les permite desarrollar su
ideología sin reconocer que también es una forma de pensar.
Por tanto quienes están
llamados a romper el círculo son quienes condenan la ideología neoliberal.
Asumir su rol, denunciar la paradoja y dejar de seguir emitiendo comunicaciones
esquizofrenizantes sería el primer paso.
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