Aragorn es terrorista
Buena parte de la historia y la ficción está
protagonizada por personas que se sublevan empleando métodos violentos contra
un sistema, y son considerados héroes. La toma de la bastilla fue
definitivamente uno de los hechos más violentos de la historia universal, pero
la reivindicamos porque de ella surgió el actual régimen democrático que
predomina en el mundo. La guerra de la independencia fue, efectivamente, una
guerra; y en la trilogía del Señor de los Anillos, los protagonistas sostienen
batallas contra el orden vigente. Lo que justifica todas estas acciones reales
y ficticias, es que los levantamientos se hacen contra un régimen autoritario e
injusto, por lo que son aceptables acciones tan crueles como guillotinar
públicamente a cualquiera que se oponga a la revolución. Sin embargo, hoy nos
pensamos “civilizados”, pacifistas, y condenamos toda protesta violenta, sin
reparar en si esta es justa o no.
Tras las primeras acciones armadas de Sendero
Luminoso en 1981, la legislación definía
el delito de terrorismo como: «el que con propósito de provocar o
mantener un estado de zozobra, alarma o terror en la población o un sector de
ella, cometiere actos que pudieren crear peligro para la vida, la salud o el
patrimonio de las personas o encaminados a la destrucción o deterioro de
edificios públicos o privados, vías y medios de comunicación o transporte o de
conducción de fluidos o fuerzas motrices u otras análogas, valiéndose de medios
capaces de provocar grandes estragos o de ocasionar grave perturbación de la
tranquilidad pública o de afectar las relaciones internacionales o la seguridad
del Estado». Si bien esta definición fue superada, vemos en ella y en su
imprecisión varios de los componentes que en el imaginario de los peruanos
definen un terrorista.
En 1991, Fujimori incorporó el delito de terrorismo
y otras figuras como la asociación ilícita terrorista y los actos de
colaboración, y después del autogolpe incluyó el delito de “apología de
terrorismo” que básicamente juzgaba como terrorista a cualquiera que tuviera
una idea a favor de las acciones de SL o MRTA o que expresara algo parecido a
una defensa. Evidentemente esta norma va contra el derecho a libertad de
pensamiento y expresión, por lo que esta ley fue derogada con la recuperación
de la democracia.
Pero no ha sido derogado del imaginario de los
peruanos, además que mientras en el sistema judicial se debía cumplir con
cierta rigurosidad, en la definición “de a pie” de terrorista, entra casi cualquiera
que se distancie del pensamiento conservador. La ecuación es más o menos así:

Esta lógica ha sido interiorizada durante los años
de conflicto, transmitida por la mayoría de grupos de poder y medios de
comunicación, y finalmente reproducida por las nuevas generaciones. Es un
interesante coctel de racismo, clasismo e intolerancia ideológica, que se
remonta incluso a referencias de las acciones de socialistas en EEUU post
guerra y durante la guerra fría. Y es que a veces estamos emocionalmente más
cerca de los países que vemos en la TV, que de los pueblos y ciudades de
nuestro país.
Es menester hacer explícito que al decir que este
pensamiento estereotipado se encuentra no sólo en las clases acomodadas o
sectores ultra-conservadores, sino que se manifiesta también en personas con
ideas progresistas, ya que si bien es una lógica de pensamiento, está
fuertemente enclavada con aspectos emocionales, principalmente el miedo. Ello rompe
cualquier coherencia ideológica, derivando en un uso indiscriminado del término
“terrorista”, no como categoría, sino como denuncia e insulto. Por ello vemos a
académicos empleando el término “terrorista” sin preocuparse por darle un
sustento conceptual o teórico, o también podemos escuchar a altos funcionarios
negándose a dialogar con cualquiera que pudiera estar aliado o amistado con
senderistas.
Para la Real Academia de la Lengua Española, el
“terrorismo” es un acto dirigido a infundir miedo. Es innegable que Sendero y
el MRTA realizaron acciones que caben en esa definición. Pero también es real
que los grupos de poder extienden el uso de la palabra para desanimar a
cualquiera que quiera protestar (aún de forma pacífica), porque de esa forma
los descalifica y los hace plausibles de persecución policial y judicial. No
debe extrañar que las personas víctimas de la criminalización de la protesta
social sean muchas veces llamadas “terroristas” por los medios de comunicacion.
De ahí que si los reyes de Francia, España y Sauron vivieran en esta época
posiblemente habrían tildado de terroristas a Robespierre, San Martín y Aragorn.
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