La
parte más compleja de la interculturalidad no es reconocer la existencia de
otras manifestaciones culturales, sino aceptar que su visión del mundo es tan o
mas válida que la propia.
Bruno
Latour dice que en realidad nunca fuimos modernos, que en realidad no separamos
naturaleza de humanidad, y que realmente somos híbridos, formando parte al
mismo tiempo de la naturaleza y de la sociedad, ello tiene especial relevancia
si consideramos la influencia de las cosmovisiones de pueblos indígenas y
afrodescendientes. Es clave entender también
lo que en verdad implicó el sincretismo indígena en países como el nuestro: Ha
logrado mantener (en diversas medidas) la cosmovisión originaria, aunque las
representaciones incluyan aportes de las culturas de los colonizadores. Mientras
quienes pretendemos ser modernos nos esforzamos por separar ciencia de
tradición, ley de religión, humano de inanimado, medio ambiente de recursos; y
luego nos complicamos buscando su interrelación, la mayoría de culturas
originarias lo entiende, explica y resuelve como un todo. Algunos querrán
llamar a dicha visión “pre-moderna” pero de acuerdo a Latour, nosotros tampoco
somos modernos, aunque nos esforcemos en parecerlo.
Los
conflictos con empresas extractivas han sido bautizados como medio o
socio-ambientales, precisamente desde una mirada occidentalizada, que predomina
en las ONGs y dirigentes que asumen el protagonismo. Estos discursos enganchan
con la población en tanto ésta tiene un descontento sobre cómo la empresa
altera su forma de vida, entendida como un todo: salud, producción, relación
con otros seres (naturaleza) y sensación de bienestar. Al restringir las negociaciones
al impacto ambiental (distinto a relación con la naturaleza) y lo económico
(diferente a producción) quedan varios aspectos insatisfechos. La población
puede ceder como parte de la negociación, y la satisfacción final dependerá también
de que tan “occidentalizada” pueda estar su visión del mundo. Sin embargo,
pocas veces se contempla la variable cultural en los diálogos y acuerdos, e
incluso no siempre se aborda apropiadamente el tema de derechos.
Los
derechos de los pueblos indígenas son diferenciados en virtud de reparar el
daño históricamente causado por su exterminio y colonización, y contrarrestar
la exclusión dada por la discriminación y racismo existentes. Estos derechos
buscan preservar su supervivencia como colectiva cultural, pues se reconoce su
existencia como una riqueza y patrimonio de la humanidad. No basta la
sobrevivencia física de sus integrantes, se ha de garantizar la protección de
su cultura, sabiduría, lenguas y cosmovisión.
El
no entender esto ha llevado a situaciones como inundar un cementerio mapuche,
porque se quiere juzgar su espiritualidad como si fuera una visión más desde
una óptica occidentalizada con pretensiones de modernidad. No se pretende que
todo un país comparta la espiritual y cosmovisión holística de sus pueblos
originarios, como sí pretende la religión católica que todos compartan su
visión de pecado respecto a los anticonceptivos. Solo se pretende salvaguardar
el estilo de vida y la vida misma de los portadores de culturas originarias,
del mismo modo que se defiende la vida digna de la mujer ofreciéndole la
posibilidad de elegir o no un método de planificación familiar.
El
derecho a subsitir de los pueblos indígenas no es negociable. Así Perú no
tuviera una Ley de Consulta, ni hubiera firmado el Convenio OIT 169 ni la
Declaración Universal de Derechos de los Pueblos Indígenas, persistiría su
deber de Estado de atenderles según sus particularidades, más aún si desea
seguir vanagloriándose de la biodiversidad, historia, arqueología, gastronomía,
artesanías, folklor y todo lo que le genera dividendos económicos de
exportación y turismo.
Una
visión horizontal, culturalmente pertinente y dinámica son elementos ausentes
en la comprensión de la realidad de nuestros ciudadanos, ello produce
inequívocamente un diálogo de sordos y conocidos fracasos en las negociaciones.
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