Apuntes para un boceto para el diálogo

Dina Boluarte ha perdido toda legitimidad (subjetiva, apreciativa) a dos meses de que asumiera constitucionalmente la Presidencia de la República, luego de que Pedro Castillo fuera vacado por intentar infructuosamente ejecutar un golpe de estado.
Otras personas afirman que Boluarte sigue siendo legítima, y que no puede ceder ante fuerzas violentistas que solo generarán más caos e inestabilidad. Aspiran a regresar a algún punto idílico en que se vivía en paz desde sus perspectivas.
Mientras que algunas más dirán que el verdadero golpe fue contra Castillo, interpretando de esa forma la acumulación de acciones mediáticas, políticas y legales emprendidas contra él, justificadas o no.

Con algunos matices, estas son las tres principales visiones o versiones que tenemos de nuestra realidad peruana. Las dos últimas definitivamente se expresan en tercios en encuestas de opinión. Existen argumentos interpretativos para estas, pero lamentablemente han preferido enredar sus discursos con falsedades, epítetos y racismo.

Empero, la maraña de prejuicios y mentiras es solo una de las dificultades para dialogar como país. La principal dificultad es la negación del otro como posible interlocutor.

Desde una mirada ascética se podría decir que desde todas las posturas se reproduce esta negación del interlocutor, pero esa lectura sería incorrecta al no considerar la variable del poder y del rol que se tiene. Así como no es lo mismo que un niño molesto le diga a su mamá “mala” y golpee su muslo con su mano de 5 años, a que la madre le diga “inútil” a ese niño y le pegue una paliza con un correazo. No es lo mismo la furia de la ciudadanía que la respuesta visceral del gobierno. Tanto no es lo mismo, que los muertes, heridos y afectados de ciudadanos manifestantes superan largamente a la de policías, y también son mayores a las de transeúntes o víctimas indirectas.

Nosotros no sabríamos actuar frente a una turba enardecida, pero la policía está entrenada y equipada para hacerlo, y lo hizo para liberar una planta de gas, la carretera de Ica y todos los días en Lima, donde a diferencia del país el número de decesos es menor. No es falta de capacidad como ya se señaló aquí. Son las órdenes que recibieron según reportaje de la CNN.

El racismo está instalado en nuestra sociedad hace más de doscientos años, es una forma agresiva de relacionarnos más antigua que la democrática, y esta última no ha logrado instalarse como un sentido común a lo largo y ancho del país, pero sobre todo, no se implementa de arriba hacia abajo, ni de abajo hacia arriba.

Aun así, es tiempo de ir pensando en promover el diálogo. Esta escalada violenta ha trascendido las calles, la televisión, el Internet, el congreso y el gobierno, y llega hasta nuestros hogares y amistades. En este momento no hay condiciones para lograr un acuerdo, ni siquiera el mínimo acuerdo de “estamos en desacuerdo” se asoma. La mayoría persiste en forzar a la otra persona a pensar lo mismo que uno desde relaciones asimétricas en el trabajo, la familia y la sociedad. El poder hace que este intento de imposición sea una violencia en sí misma.

Generar esas condiciones, ese andamiaje, ese diseño debe ser una tarea colectiva, muchas voces, muchos corazones deben invertirse. Aquí comparto algunas ideas como boceto.

Lo primero es sincerarnos respetuosamente, transparentar nuestra postura y motivaciones, quizás ese primer paso es ante un espejo, quizás no nos hemos percatado que son otros miedos los que están detrás:

Temor a perder un estilo de vida, a perder una fantasía de paz y temer enfrentar que un tercio del país es violentado simbólicamente por el racismo y estructuralmente por la pobreza. Temor a que la fantasía de progresismo se derrumbe al constatar que un tercio del país se siente avasallado por propuestas e ideas que le resultan incomprensibles y quiere alzar su voz para volver a un momento que idealiza como tiempo pasado y mejor.


En esta circunstancia, ofrecer una rama de olivo no es muestra de debilidad, sino de fortaleza. Una fortaleza que debe nacer de quienes sí tienen una organización, un aparato estructurado que poner a favor del diálogo. 

La marcha acéfala de las mil cabezas no tiene esa capacidad. 

El gobierno, el ejecutivo y el legislativo sí la tienen.


Esta rama de olivo, debiera implicar al menos dos cosas:

·         Una disposición sincera a escuchar, reemplazar el “no te entiendo” por el “quiero entenderte”, el “pidan obras” por “reconozco tu reclamo”, el “no son Perú” por “construyamos un país”. Reemplazar la mutua culpabilización entre ejecutivo y legislativo, y entre bancadas del legislativo, por una acción decidida e inmediata. Sin vueltas en círculos por un adelanto de elecciones, y con responsables políticos por la muerte de compatriotas.

·         Para que esta disposición sincera a escuchar sea creíble debe acompañarse de acciones concretas de búsqueda de la justicia. Tanto de justicia para cada persona herida y que ha perdido la vida, incluyendo al policía incinerado, por cuyo crimen no hay ningún detenido, como justicia social, la más difícil de construir porque depende del gobierno, pero también de vocerías, del compromiso de aquellos medios que mercantilistamente han olvidado su rol de búsqueda de la verdad. Y es la búsqueda decidida la que debe iniciarse, sin certeza de lo que se encontrará, pero con plena convicción de hacer el mayor esfuerzo.

En vez de ello, tenemos más despliegue de las fuerzas armadas y estados de emergencia, es como usar una pistola en vez de un micrófono para comunicar.

¿Cómo forzar esa rama de olivo? No tengo respuestas, pero tal vez impli


que que algunas personas tiendan puentes hacia ese extremo del diálogo, hacia el extremo que tiene el mayor poder y la mayor responsabilidad.

Eso en lo inmediato, pero en el corto plazo, tal vez ad portas del bicentenario de la consolidación de la independencia en Pampas de Quinua, pudiéramos ir dibujando la pregunta sobre un nuevo pacto social, que es el fondo de la demanda política ciudadana.

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