Calmar esa multitud… ¿cómo se haría?, se pregunta en voz alta un joven.
Se refiere a las personas que se están manifestando en todo el Perú desde que Dina Boluarte asumió la presidencia como efecto del fallido intento de autogolpe perpetrado por Castillo.
Las multitudes o las masas han sido objeto de estudio de la
psicología social desde hace casi un siglo. Existen estrategias para
manipularlas, pero cuando las individualidades ceden su capacidad de reflexión
al colectivo, es más complejo disuadirlas, por lo que lo mejor es dispersarlas,
al mismo tiempo que se envían mensajes y comunicaciones dirigidos a las masas
en descontrol, no mensajes autorreferenciales a quienes están en el poder.
Disparar a matar no es ninguna estrategia validada para el control
de masas. La policía lo sabe, las fuerzas armadas lo saben, los ministros del
interior, de defensa y de la PCM lo saben, los congresistas que han
sido militares y policías también lo saben de sobra.
Si no están usando estrategias para dispersar y manipular a las
masas que se manifiestan, como por ejemplo las emplearon en Ica para recuperar
la carretera, o en Lima para ahogar las protestas a mediados de diciembre,
¿cuál es el objetivo?
El ataque indiscriminado, incluso aleatorio, donde no importa si
estabas caminando con tu madre, si te acercaste a auxiliar a un herido, o si eres
un adolescente, tiene como objetivo sembrar miedo. No es una estrategia de control,
sino de dominación.
No es extraño entonces que la estrategia del terror se dirija a compatriotas
subalternizados por su origen indígena, andino, campesino. Al instaurar el
miedo no se está atendiendo la problemática, que en su caso es secular, sino se
envía un claro mensaje de que para sobrevivir deben agachar la cabeza, como en la
colonia, como en las haciendas, como en los ochentas.
Paralelamente, la verdadera estrategia de manipulación de masas se
ejerce con complicidad de los medios de comunicación e influencers y trolls en
redes sociales hacia Lima y hacia las clases favorecidas como:
- Fomentar la distracción centrando la discusión en las pérdidas materiales, y no en las humanas o en las causas de la crisis,
- hacer pensar que la medida es dolorosa pero necesaria,
- infantilizar y tratar como ignorantes a los manifestantes como personas sin pensamiento propio, manipuladas por terroristas, narcotraficantes o bolivianos,
- generar emociones como rabia, miedo, desprecio en vez de promover la reflexión hacia salidas pacíficas desde el gobierno,
- reforzar la autoculpabilidad de la población, responsabilizando a los manifestantes de sus muertes y enviando al resto el mensaje de evitar la organización para evitar las consecuencias.
De esta forma se pretende conciliar con los poderes fácticos y
políticos instalados en el país, es decir diversos sectores de las iglesias,
las fuerzas de orden, el mismo congreso, poder judicial y gobiernos municipales.
Por ejemplo, el actual alcalde de Lima hizo su campaña basada en su oposición a
Castillo, pero hoy no critica a la presidenta que era parte de la misma plancha
presidencial que él descalificaba como “comunista”.
Pero más importante que mantener las alianzas es adormecer la
reacción limeña.
Otra forma de leer la respuesta violenta en las personas es como
defensa ante un ataque, es decir, como respuesta hacia el temor. Incorporando
esta lectura, la violencia hacia los manifestantes es al mismo tiempo una
estrategia de dominación y la manifestación de un temor profundo, ¿a qué le
temen?, ¿a perder el poder?, ¿a ceder privilegios? Ellos tal vez tengan las
respuestas, solo tal vez, porque probablemente sea un temor irracional, heredado
de la colonia en frases como “vienen los indios”, “bajan los cerros”, entre
otras.
Sin el racismo estas estrategias no se sostendrían, sin el racismo
posiblemente tampoco existirían. Una vez más el racismo peruano es instrumental
en nuestros conflictos y define el color marrón de los muertos, incluyendo al
policía.
El color, y también el origen, porque dos personas cuyos nombres recordamos
bastaron para forzar la renuncia de Merino. Cerca de medio centenar de
compatriotas fallecidos no han significado la renuncia de un solo ministro, ni
de la presidenta que por mano propia deslegitimó un gobierno que pudo ser de
transición democrática, y que hoy es solo otro capítulo doloroso de nuestra
historia.
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