El maestro que no quería a sus alumnos (II)

Parte II: El Sistema

Es fácil perderse en la ruta de la reivindicación y el cambio social. Sin poder es imposible realizar cambios, pero el poder impone sus propias reglas.

¿Conservar el poder aún cuando ya no se hagan todas las trasformaciones soñadas? Conservarlo para hacer al menos algunas transformaciones. Conservarlo para no dejar un espacio vacío. ¿Conservarlo, aunque implique volverse en contra de los alumnos, del pueblo, de la ciudadanía?

No hay una forma correcta de responder estas preguntas., y nadie está lo suficientemente preparado/a para afrontarlas, si quiera para formularlas.

Estas líneas debieran haber sido para analizar una a una las políticas públicas actualmente en riesgo, la permanente indiferencia de un gobierno magisterial hacia las necesidades educativas, la insistencia en mantener ministros agresores de mujeres, ahora en compañía de una ministra forjada en las canteras de las organizaciones feministas. Debiéramos discutir el impacto político y simbólico de un ministro de salud que promocionaba placebos, los peligros de frenar la reforma del transporte, y la lógica de cuoteos instalada en la que fuera la casa del invasor Francisco Pizarro y que el presidente nos ofreció convertir en un museo.

Pero, aunque los reflectores estén puestos en uno de los poderes del estado, es necesario abrir el encuadre y enfocar el paisaje completo.

Así como las personas antes de emprender cualquier proyecto, primero, por obvio que parezca debemos asegurar algunos mínimos como la salud y la vida misma, igualmente una autoridad necesita su propia supervivencia para actuar. Y así como muchas personas hipotecan sus casas y asumen deudas impagables que afectarían a sus propios hijos para pagar un tratamiento en el hospital, la actuación de la derecha arrincona al ejecutivo para que este se hipoteque.

A la precariedad de los gobernantes, a su gremialista entendimiento del cambio y del bienestar ya descrito en la primera parte, se suma este ataque sin tregua que debilita cualquier intento de transformación. Al final, en el mejor de los casos, la derecha habrá logrado cumplir su propia profecía de que “la izquierda no sabe gobernar”, y el peor de los casos, ganarán por la fuerza lo que perdieron en las urnas. No hay final feliz, ni final de la crisis en el corto plazo.

Así como quien se endeuda para pagar un tratamiento de salud, lo hace no solo por sobrevivencia, sino porque hay una falla en el sistema de salud público. Esta hipoteca de sueños de transformación sucede en el marco de un sistema político deficiente, diseñado por un régimen autoritario que buscaba perpetuarse, y con pocos ajustes en los últimos 21 años, pues los congresos encargados de cambiarlo lo hicieron a su medida. El cambio constitucional en materia de representación y ordenamiento político es urgente, pero no hay la menor intención de realizarlo desde las clases políticas y los poderes fácticos.

Las promesas y aspiraciones de justicia social quedarán hipotecadas al menos cinco años más, no solo por la limitada capacidad del equipo de gobierno y a quienesquiera que convoque, sino por un sistema asfixiante que resiste al cambio, una oposición irresponsable que prefiere la debacle del país a aceptar su derrota, y la indiferencia de una sociedad, que nuevamente parece(mos) no estar a la altura.

Comentarios