He perdido amistades
muy queridas por los prejuicios y estigmas que incluyen, intersectan y
trascienden la homo-lesbo-transfobia. El estigma a personas seropositivas, la
intolerancia a la diversidad de caracteres (ni demasiado callada, ni demasiada
pluma), el afán de control de la sexualidad, los tabúes frente al trabajo
sexual en tensión con la explotación y la trata son algunos de los temas que
confluyen al abordar las vivencias y dificultades de la comunidad LGTBIQ y el
derecho a la vida.
Mi generación,
además debió lidiar con las expectativas de nuestros padres y abuelos en medio
de la violencia política y la mayor hiperinflación peruana, cuando estos temas
aún eran considerados padecimientos mentales en los manuales diagnósticos e
ignorados por la academia y la agenda de la sociedad civil más mainstream o
hegemónica.
Así, pese a todo
se iniciaron las primeras marchas del orgullo, a las cuáles empecé a asistir en
la segunda mitad de la primera década de este siglo.
Primero pocas
personas, cerrando en Plaza Francia, sin estrado, pero con energía. Luego
vendrían los cierres en el Parque Washington, con estrado y artistas
comprometidos, y así siguió creciendo. Llegó pronto un punto en el que varios
posteaban sus fotos, especificando que iban como aliados… como si alguien les
hubiera preguntado sobre su frágil masculinidad… Con todo eran pasos.
Una de las ideas
que el sábado me asaltaban permanentemente era el gran contraste de aquellas
primeras veces que acompañé las marchas y lo que se vivió. Una sensación
agridulce al recordar a Alberto, Pau, Gio… y tantes otres. También pensaba en
un par de amigas que han acogido con amor a sus hijes tal y como son.
Pero la esperanza
no logró teñir de alegría la nostalgia.
Mi lugar
generacional es de vulnerabilidad porque, aunque es la generación que abrió paso, lo hizo a costa de
vidas extintas prematuramente o encerradas en un clóset. Pero también es de
privilegio porque solo había que abrir trocha, no enfrentarse a una
organización internacional anti-vida disfrazada de religiosidad.
Creo que la presencia
de aliadas y aliados fue importante, y la mayoría jóvenes que lo hacían desde un
lugar de respeto. Desde esa misma posición, creo que nuestro lugar de
acompañamiento debe ser siempre discreto, nunca protagónico. En un país desigual,
muchas hemos padecido diversas formas de injusticia, pero cada una es cualitativamente
diferente.
“Tú no sabes mi
vida” me dijo aquella vez, y yo recordé la letra de “Losing my religion” que cantaba
durante nuestra adolescencia.
Hubiera querido
saberla, pero ni con toda la empatía del universo es posible saber esa
vivencia, y desde allí debe venir el respeto a cada titular de derecho y cada
protagonista de luchas.
No sé sus vidas,
pero con todo respeto, quisiera que puedan sostener en el tiempo este hito
histórico. Cuidar sus vocerías, su postura política, discernir verdaderos
aliados de oportunistas dentro y fuera del movimiento. Y allí estaremos
acompañando, haciendo el aguante. Cien mil almas y las que sean necesarias para
que los prejuicios perezcan y el orgullo triunfe.
Comentarios