Han muerto nadie

 

La veo vistiendo un casco blanco, y el corazón se me estruja. Siento que le he fallado.

Nos conocimos hace un mes en la tierra de Pachacútec y compartimos los relatos sobre el origen de mi tocaya más famosa, la Candelaria.

Dicen que la candela luminaria guio a su salida a indígenas y afrodescendientes esclavizados, atrapados en una mina durante la colonia. Algunos dicen que fueron presa de un derrumbe, pero ella y yo le damos más credibilidad a la versión de que ocurrió en represalia por una revuelta.

Cierto o no, es más épico, y da cuenta de un hecho: Nuestros opresores nos temían.

Les aterraba que nos uniéramos porque sabían que éramos (y somos) más. Por eso buscaban la forma de manipularnos, enemistarnos y dividirnos.

Ese miedo persiste hoy, con una cuota de irracionalidad como todo miedo, y otra de realidad. Temen más perder sus privilegios y estilo de vida que su vida misma.

Después de todo, los muertos los ponemos los marrones.

 

La abrazo, ella está conmocionada y se le atoran las palabras para describir lo que significan 17 paisanos suyos muertos, y más de medio centenar de compatriotas asesinados en las protestas.

Suena de fondo una morenada, su danza favorita y compartimos unos segundos de silencio. Las y los artistas autoconvocados avanzan por el centro de Lima, no se atrevieron a gasearnos.

Sentimos la compañía de la energía de la Candelaria, no como deidad sino como símbolo, y ciertamente hubo un punto en que nos fusionamos con otros marchantes ocupando todo el largo de Colmena entre Wilson y Plaza San Martín que también estaba ocupada en sus alrededores por manifestantes. Al menos unas 10 mil personas, pero ningún dron que las registrara. Nos temen, no quieren la instantánea, la imagen que refleje el desborde.

Nos invisibilizan, una vez más, niegan nuestra existencia y humanidad para evitar con-dolerse, para no apenarse y seguir como si no hubiera pasado nada. Somos nadie. Ha muerto nadie.

Homenajeamos brevemente a nuestros compatriotas que trascendieron sin imaginar que en pocas horas se les uniría uno más, víctima de la represión policial desmedida que no cesa.

 

            “Traigo en mi alma un gran dolor

 y la esperanza en mi corazón

de saber que con tan solo verte

se irán mis pesares.

Toma mi alma y mi corazón,

toma mi vida si así lo quieres” .- Mamita Candelaria, letra de Raúl Castillo Gamarra.

 

 

 

 

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