Atender a quien agrede (Parte III)

 El avance en la conquista, defensa y generación de conciencia de los derechos humanos, especialmente de las mujeres, las infancias, las adolescencias, las culturas y etnias subalternizadas, tienen el efecto paradójico de generar resistencias que a su vez se organizan en un frente anti revolucionario (o pro-retrocesos) a fin de que nada cambie, es decir, para que sus privilegios no cambien.

Se organizan con movimientos sociales, con trolls en redes, con vocerías en medios, con incidencia en tomadores de decisión. Ello, además de no haber perdido e
n ningún momento la hegemonía cultural, al menos en nuestro contexto peruano y de las américas.

¿Para qué cambiar si el señor del Canal X, N o W dice que yo estoy bien? ¿Por qué ocultar mi violencia, mi machismo, mi racismo si obtengo cientos de likes y rebotes en redes? ¿Para qué escuchar a otros si repitiendo lo que dice mi líder o mi guía espiritual recibo una retribución regresando de la marcha o de sostener un cartel en el puente?

De otro lado, si me reconozco como agresor, como alguien con un comportamiento negativo o condenable, me expongo a que dejen de hablarme, me escrachen, me apliquen la cultura de la cancelación y la “muerte social”.

Todo cambio de actitud y comportamiento requiere un acompañamiento, una motivación y un refuerzo que si no es intrínseco, debe provenir de quienes propugnan el cambio. Pregunto:

¿Qué estamos ofreciendo a las y los agresores para que modifiquen su comportamiento?

¿Cuál es la propuesta para que la agresión no sea algo redituable y socialmente aspiracional y evitar que emerjan nuevas agresoras y agresores?

Trabajar en la prevención y la atención de las violencias solamente desde las víctimas es otra forma de revictimizarlas. Se las responsabiliza de cuidarse y empoderarse para evitar ser víctimas. Por eso es tan difícil para lídere y lideresas reconocerse y asumir su identidad como sobrevivientes de violencias.

Se responsabiliza también a las víctimas de su propia recuperación, mientras que los culpables, si no están en la impunidad, resultan hacinados en cárceles de donde saldrán más violentos de lo que entraron.

Repensemos desde las ancestralidades y la diversidad de saberes tradicionales, académicos y disciplinares formas de hacer atractivo a las personas el elegir el camino no violento. Estrategias que motiven y brinden satisfacción a quienes cambian de actitud y renuncian a su violencia, al mismo tiempo que desarrollamos una ruta de atención y acompañamiento a las y los agresores para que realmente puedan reinsertarse en la sociedad como personas capaces de aportar positivamente a la vida en comunidad.

De ninguna manera esto supone forzar a las víctimas a perdonar o reconciliarse. La responsabilidad de dejar de producir agresores, y de extinguir el comportamiento violento es una responsabilidad colectiva de la sociedad que urge asumamos ya.

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