Atender a quien agrede (Parte II)


Una reacción espontánea y esperable cuando nos indignamos al sufrir o testimoniar un hecho de violencia, es el deseo de que la otra persona pueda sentir un dolor similar al causado. Esta reacción puede ser incluso saludable a nivel individual, pero como colectivo y sociedad es imperativo trascenderla y ver más allá de la sanción y la venganza.

Una sanción útil para la sociedad no se debe centrar en satisfacer el deseo de que la persona agresora sienta el dolor provocado en carne propia. Debe procurar como se señaló ser proporcional, formativa y reparadora. La proporcionalidad tiene que ver también con el tipo de agresor, y  su vez con posibles acciones de prevención.


Aquí una forma de clasificarlos que espero pueda ser útil, pues no pretende ser académica:

1.       Momento y lugar equivocado: Los conflictos son inevitables en las relaciones humanas, y en ocasiones llevan a una escalada violenta: una mirada es respondida con una palabra, la palabra con una ofensa, luego la agresión física, y eso último es lo que observa una persona externa. Quien ve la escena final no conoce el trasfondo, y quien aparece como agresor pudo ser la víctima en un inicio, que en el camino de la defensa pasó al ataque.

Estas situaciones pueden darse en espacios familiares, amicales, escolares y laborales, por lo que debe indagarse antes de determinar la medida correctiva para no revictimizar a una e las partes, y trabajar colaborativamente en la búsqueda de la resolución del conflicto inicial. Un error común es buscar que las partes se “amisten” sin antes haber reparado los daños y generado las condiciones.

 

2.       “En mis tiempos…”: O cuando el agresor no es consciente. Existen agresiones que se han interiorizado como una forma legítima (y violenta) de relacionarse. Sucede especialmente respecto a grupos en situación de subalternidad y/o discriminación estructural como las infancias, mujeres, diversidades sexuales y personas racializadas. Por ejemplo, secularmente se ha utilizado el castigo físico como forma de disciplinar a las niñas y niños. En ese contexto, el agresor o agresora no reconoce su comportamiento como violento, porque su mismo entorno lo ha naturalizado.

Aquí, la intervención requiere que el agresor/a comprenda por qué esta conducta es violenta y condenable, mientras paralelamente aprende otras formas de relacionarse para no reiterar en su conducta violenta.

 

3.       Todo el poder (daño deliberado): Este es en mi opinión el tipo de agresor más común, aunque a veces se le confunde con los dos que faltan describir. Es el más peligroso porque la persona agresora obtiene un beneficio material, un reforzador que mantendrá su comportamiento violento, pero además muchas veces ese poder le fue otorgado para proteger a las personas qu luego convierte en sus víctimas. Si en un caso de conflicto, dudamos si es que hay un agresor/a principal, no es el tipo de violencia ejercida el que nos ayudará a discernir, sino si existe una desigualdad en el poder real y/o simbólico. Por ejemplo, en un conflicto de pareja, la persona con mayor poder adquisitivo, con más redes sociales es quien tiene un poder real… igualmente, las condiciones más valoradas en nuestra sociedad: ser hombre, pertenecer a cierto grupo étnico, tener una profesión u oficio más valorado, entre otros, es quien tiene un poder simbólico. Si esta persona con mayor poder agrede a la otra, incluso en un contexto de conflicto, lo está haciendo para defender su estatus de poder, para aleccionar respecto a alguna “rebeldía” de su pareja. No lo va a racionalizar ni planificar de esa manera, pero en el fondo lo que busca no es resolver un conflicto, sino mantener el control sobre la otra persona. La película de J.Lo “Nunca más” lo puede ejemplificar, porque aunque la protagonista entrena para eliminar a su agresor en una pelea, quien ejerció todo el tiempo el poder fue el ex esposo. Otro ejemplo a nivel macro es el de un gobierno autoritario, que reprime a la ciudadanía para mantenerse en el ejercicio del poder. También se podría desglosar este tipo de agresor, pero no quería extenderme de más...

Este tipo de agresor requiere no solamente una intervención para que interiorice lo errado de su conducta, sino que debe obligársele a reparar el daño, y establecer nuevas reglas para controlar su ejercicio de poder en futuras situaciones. Es decir, implica un cambio en el sistema, o el sistema seguirá reforzando su conducta violenta.

Solamente resaltar, son personas en pleno uso de sus capacidades cognitivas, incluso si tienen algún problema de salud psicológica o mental como consumo de alcohol, sustancias, ansiedad, fobias, cualquier forma de estrés o trastorno de personalidad. Un feminicida, un torturador dictatorial no está enfermo, pero sí requiere una intervención.

 

4.       Psycho-killer: El asesino serial es estadísticamente uno de los tipos de agresor más raros. Factores biológicos, ambientales y estructurales confluyen, por lo que no es casualidad que la sociedad estadounidense sea la que más produce este tipo de agresor, a diferencia de otras sociedades. Para el asesino o violador serial, la misma agresión es su reforzador, siente placer al ejecutar las acciones, no busca una consecuencia como el tipo anterior. Pero como todos los anteriores es consciente de lo que hace, necesita tratamiento que en la mayoría de los casos tiene un pronóstico reservado. La buena noticia es que es casi inexistente en nuestra sociedad.

PD: No está mal si empatizas con un asesino serial al ver su vida en Netflix, lo que está mal es minimizar o relativizar el daño que ha causado, y olvidar que miles de personas han atravesado circunstancias de vida similares o peores y no decidieron matar.

 

5.       Fuera de sí: Este es el más raro, el menos común. La persona que se encuentra enajenada, desvinculada de la realidad de manera permanente por una psicosis, o temporalmente por un alucinógeno. En realidad es muy bajo el índice de personas que en un estado semejante ejerzan violencia, salvo que se sientan amenazadas y en su delirio ejerzan una defensa violenta. Aún así, es el tipo de respuesta menos común, la gran mayoría de personas con diagnósticos de esquizofrenia o psicosis son pacíficas, y víctimas de la violencia estructural, el estigma y la discriminación. Igualmente, que una sustancia alucinógena lleve a esta reacción, es en extremo inusual, y es casi imposible de comprobar ante un tribunal la total alteración de la conciencia, pues incluso bajo los efectos de diversas sustancias, las personas conservan una relación con su entorno.

Este es el único tipo de agresor que realmente constituye una persona “enferma”, la prueba y el tratamiento solo lo pueden dar peritos y profesionales especializados, no un programa de televisión, una influencer, ni siquiera un psicólogo mediático, pero que no ha estudiado el caso específico, tampoco esta servidora.

 

En conclusión, la mayoría de agresores son producto de nuestra cultura y sociedad, por lo que para prevenir las agresiones debemos trabajar en trasformar nuestros valores, creencias y formas legitimadas de relacionarnos.

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