Una reacción espontánea y esperable cuando nos indignamos al sufrir o testimoniar un hecho de violencia, es el deseo de que la otra persona pueda sentir un dolor similar al causado. Esta reacción puede ser incluso saludable a nivel individual, pero como colectivo y sociedad es imperativo trascenderla y ver más allá de la sanción y la venganza.
Una sanción útil para la sociedad no se debe centrar en
satisfacer el deseo de que la persona agresora sienta el dolor provocado en
carne propia. Debe procurar como se señaló ser proporcional, formativa y
reparadora. La proporcionalidad tiene que ver también con el tipo de agresor,
y su vez con posibles acciones de prevención.
Aquí una forma de clasificarlos que espero pueda ser útil, pues
no pretende ser académica:
1.
Momento y lugar equivocado: Los
conflictos son inevitables en las relaciones humanas, y en ocasiones llevan a
una escalada violenta: una mirada es respondida con una palabra, la palabra con
una ofensa, luego la agresión física, y eso último es lo que observa una
persona externa. Quien ve la escena final no conoce el trasfondo, y quien
aparece como agresor pudo ser la víctima en un inicio, que en el camino de la
defensa pasó al ataque.
Estas situaciones pueden darse en
espacios familiares, amicales, escolares y laborales, por lo que debe indagarse
antes de determinar la medida correctiva para no revictimizar a una e las
partes, y trabajar colaborativamente en la búsqueda de la resolución del
conflicto inicial. Un error común es buscar que las partes se “amisten” sin antes
haber reparado los daños y generado las condiciones.
2.
“En mis tiempos…”: O cuando el
agresor no es consciente. Existen agresiones que se han interiorizado como una
forma legítima (y violenta) de relacionarse. Sucede especialmente respecto a
grupos en situación de subalternidad y/o discriminación estructural como las
infancias, mujeres, diversidades sexuales y personas racializadas. Por ejemplo,
secularmente se ha utilizado el castigo físico como forma de disciplinar a las
niñas y niños. En ese contexto, el agresor o agresora no reconoce su comportamiento
como violento, porque su mismo entorno lo ha naturalizado.
Aquí, la intervención requiere que el
agresor/a comprenda por qué esta conducta es violenta y condenable, mientras
paralelamente aprende otras formas de relacionarse para no reiterar en su
conducta violenta.
3.
Todo el poder (daño deliberado): Este es en
mi opinión el tipo de agresor más común, aunque a veces se le confunde con los
dos que faltan describir. Es el más peligroso porque la persona agresora
obtiene un beneficio material, un reforzador que mantendrá su comportamiento
violento, pero además muchas veces ese poder le fue otorgado para proteger a las personas qu luego convierte en sus víctimas. Si en un caso de conflicto, dudamos si es que hay un agresor/a
principal, no es el tipo de violencia ejercida el que nos ayudará a discernir,
sino si existe una desigualdad en el poder real y/o simbólico. Por ejemplo, en
un conflicto de pareja, la persona con mayor poder adquisitivo, con más redes
sociales es quien tiene un poder real… igualmente, las condiciones más
valoradas en nuestra sociedad: ser hombre, pertenecer a cierto grupo étnico, tener
una profesión u oficio más valorado, entre otros, es quien tiene un poder
simbólico. Si esta persona con mayor poder agrede a la otra, incluso en un
contexto de conflicto, lo está haciendo para defender su estatus de poder, para
aleccionar respecto a alguna “rebeldía” de su pareja. No lo va a racionalizar
ni planificar de esa manera, pero en el fondo lo que busca no es resolver un
conflicto, sino mantener el control sobre la otra persona. La película de J.Lo “Nunca
más” lo puede ejemplificar, porque aunque la protagonista entrena para eliminar
a su agresor en una pelea, quien ejerció todo el tiempo el poder fue el ex
esposo. Otro ejemplo a nivel macro es el de un gobierno autoritario, que
reprime a la ciudadanía para mantenerse en el ejercicio del poder. También se podría desglosar este tipo de agresor, pero no quería extenderme de más...
Este tipo de agresor requiere no
solamente una intervención para que interiorice lo errado de su conducta, sino
que debe obligársele a reparar el daño, y establecer nuevas reglas para
controlar su ejercicio de poder en futuras situaciones. Es decir, implica un cambio
en el sistema, o el sistema seguirá reforzando su conducta violenta.
Solamente resaltar, son personas en pleno
uso de sus capacidades cognitivas, incluso si tienen algún problema de salud psicológica
o mental como consumo de alcohol, sustancias, ansiedad, fobias, cualquier forma
de estrés o trastorno de personalidad. Un feminicida, un torturador dictatorial
no está enfermo, pero sí requiere una intervención.
4.
Psycho-killer: El asesino serial es estadísticamente
uno de los tipos de agresor más raros. Factores biológicos, ambientales y
estructurales confluyen, por lo que no es casualidad que la sociedad
estadounidense sea la que más produce este tipo de agresor, a diferencia de
otras sociedades. Para el asesino o violador serial, la misma agresión es su
reforzador, siente placer al ejecutar las acciones, no busca una consecuencia como
el tipo anterior. Pero como todos los anteriores es consciente de lo que hace,
necesita tratamiento que en la mayoría de los casos tiene un pronóstico
reservado. La buena noticia es que es casi inexistente en nuestra sociedad.
PD: No está mal si
empatizas con un asesino serial al ver su vida en Netflix, lo que está mal es
minimizar o relativizar el daño que ha causado, y olvidar que miles de personas
han atravesado circunstancias de vida similares o peores y no decidieron matar.
5.
Fuera de sí: Este es el más raro, el
menos común. La persona que se encuentra enajenada, desvinculada de la realidad
de manera permanente por una psicosis, o temporalmente por un alucinógeno. En
realidad es muy bajo el índice de personas que en un estado semejante ejerzan
violencia, salvo que se sientan amenazadas y en su delirio ejerzan una defensa
violenta. Aún así, es el tipo de respuesta menos común, la gran mayoría de
personas con diagnósticos de esquizofrenia o psicosis son pacíficas, y víctimas
de la violencia estructural, el estigma y la discriminación. Igualmente, que
una sustancia alucinógena lleve a esta reacción, es en extremo inusual, y es
casi imposible de comprobar ante un tribunal la total alteración de la
conciencia, pues incluso bajo los efectos de diversas sustancias, las personas
conservan una relación con su entorno.
Este es el único tipo de agresor que
realmente constituye una persona “enferma”, la prueba y el tratamiento solo lo
pueden dar peritos y profesionales especializados, no un programa de
televisión, una influencer, ni siquiera un psicólogo mediático, pero que no ha
estudiado el caso específico, tampoco esta servidora.
En conclusión, la mayoría de agresores son producto de
nuestra cultura y sociedad, por lo que para prevenir las agresiones debemos
trabajar en trasformar nuestros valores, creencias y formas legitimadas de
relacionarnos.
Comentarios