Atender a quien agrede (Parte I)

Inicia el mes de noviembre en que conmemoramos el Día de la No Violencia contra la Mujer, en el marco de una serie de noticias locales que nos hacen atestiguar diversas situaciones de agresión: verbal, psicológica (incluyendo el engaño), bullying escolar, tiroteos en la calle y violaciones en las fuerzas armadas.

Hay comportamientos que constituyen agresiones, pero no siempre los identificamos como tales por estar naturalizados, o porque estamos inmersos/as en una dinámica violenta. Históricamente también podemos identificar comportamientos que eran violentos, pero que en su contexto no eran considerados como tales, y ha sido a partir de las voces de las víctimas que por lo general hemos podido reconocer la agresión. Es decir, identificar el mal desde el dolor o el daño causado en una persona.

Respecto de la persona que agrede existen diversas formas y contextos, que nunca justifican, pero sí ayudan a comprender lo sucedido. Para muchas personas, en especial desde la lógica de la revancha o la intolerancia, puede parecer ocioso detenerse a mirar esta diversidad, pero en realidad es indispensable tanto a prevenir actos similares, como para avanzar hacia la sanción que cumpla estos tres criterios:

  • Proporcional a la falta, pero sobre todo al daño ocasionado. Implica tener en cuenta la intencionalidad y el perfil de la persona agresora. Hace poco un jurado argentino dio una pena mínima a un padre de familia que asesinó al hombre que violó a su hija, cometió el homicidio en un momento de ira y fue a la comisaría a admitir su acto violencia, sin saber que el agredido no había sobrevivido. Muy diferente a una tunda de correazos acompañados con insultos a un niño que llega unos minutos tarde, porque la tunda será igual si llega varias horas tarde.
  • Formativa para la persona agresora. Es importante, más allá de la edad y el perfil de quien agrede, que pueda identificar con claridad en qué consistió lo dañino de su comportamiento, a fin de que lo pueda extinguir. Muchas violencias hacia grupos discriminados están naturalizadas, una injuria racista, un chiste homofóbico, una degradación transfóbica. Hacer todo lo posible, para que de acuerdo a las capacidades cognitivas y afectivas del agresor este pueda identificar y reconocer lo dañino de su acto, superando el cliché de “si alguien se sintió ofendido” a una parca admisión de responsabilidad, también permitirá a la sociedad, a la comunidad y al entorno identificar, prevenir y sancionar socialmente estas agresiones. 
  •  Reparadora para la persona agredida y/o sus deudos, familia y comunidad. Reparación que tiene dos sentidos, una acción del agresor, y una restitución de derechos desde la sociedad. Aquí es donde se suele fallar. La ausencia de una disculpa sincera, la reiteración en la falta cometida, la dilación en el juicio, son formas de revictimizar, es decir, de repetir el daño a la persona agredida. Cuando la escuela no reconoce que pudo hacer más para evitar un intento de suicidio, cuando teniendo los recursos no se pagan las reparaciones económicas, cuando se mantienen los vacíos legales que facilitan la comisión e impunidad de un delito, se deja de lado a la víctima. Cuántos debates hay sobre la pena de muerte, frente al número de debates sobre los protocolos y atención a las niñas y los niños víctimas de violación. Cuántos políticos con prisión preventiva por corrupción, frente a cuánto dinero se recupera y se invierte en obra pública o salarios dignos.

 

Desde un niño que toma sin permiso el borrador de su compañera de mesa en la escuela, hasta los mega juicios políticos, aplicar estos tres elementos a la falta, nos acerca a la justicia, y también nos encamina a reinsertar a los agresores a la sociedad. Pero este último punto será motivo de una siguiente entrega.

Mientras tanto, pregúntate desde tu, ¿cuánto has considerado estos principios?, en especial cuando te has constituido en agresor o agresora.

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