Hasta encontrarlos, encontrarlas, y encontrarnos


Hace unos días, un futuro colega compartió sus anotaciones sobre la intervención psicológica en
duelo, señalando la diferencia entre muertes anticipadas o naturales y aquellas causadas por accidente, suicidio y asesinato. Le hice notar que había omitido las desapariciones, tanto las que padecimos en el conflicto armado interno, como las actuales por feminicidio, relacionándolo a los rituales culturales de duelo, y la imposibilidad de hacerlo. La bibliografía que el colega había consultado señalaba que el rumiar, la imposibilidad de olvidar, entre otros aparecían en un duelo complicado, pero en la realidad, ante una situación atípica, la única respuesta posible, es también la atípica.


Ello, no significa que no se haya logrado elaborar un duelo desde la perspectiva psicológica, o que se haya convertido en un duelo patológico. La mayoría de familiares de personas asesinadas y desaparecidas en los 90s que conozco han sido capaces de elaborar sus atípicos duelos. Y lo han hecho recordando cada detalle, incluso forzándose a ello día tras día, en una declaración pública, en un homenaje, o al escuchar a los perpetradores negar su culpabilidad en un juicio o en un medio de comunicación. Recordar insistentemente, metódicamente no es un duelo mal elaborado, es la única forma de dar un sentido a lo acontecido, pero sobre todo de alcanzar verdad y justicia para ellos mismos y para la sociedad.

Y es que la respuesta psicológicamente sana, una respuesta integralmente saludable se adscribe en un contexto social, político e histórico. Mientras un sector enajenado, ignoraba, incluso deliberadamente los asesinatos, los robos y el abuso de poder en los 80s y 90s, la única respuesta sana, a veces a costa de su propia estabilidad emocional, provino de quienes no dudaron de su verdad, y en su búsqueda permitieron al resto del país darse cuenta y hacer un giro de timón.

En una etapa pospandémica, donde las personas buscan certezas, caer en discursos únicos, negacionistas y totalitarios es sumamente tentador. Por ello estamos viviendo un retroceso en el giro que dimos hace 22 años hacia una sociedad más justa y honesta, o al menos en el intento de construirla. Hoy la incertidumbre nos desborda.

Abrazar la incertidumbre para no sucumbir ante ella, puede también tomar la forma de la búsqueda de la verdad y la justicia, pues no hay camino ni una fecha de llegada en esa búsqueda.

Treinta años llevan las madres, padres, hermanas, hermanos, sobrinas y sobrinos de las y los estudiantes de la Universidad La Cantuta buscando no solo justicia, sino los cuerpos desaparecidos de manera forzosa que aún faltan.

La única certeza que les guía, y lo manifiestan es el amor. Así han navegado en la incertidumbre de un poder judicial corrupto, de permanentes crisis políticas, y de una sociedad que prefiere negar la verdad y culpar a quienes van contracorriente de su propia precariedad.

“Hasta encontrarlos” es la frase con la que conmemoramos estos 30 años sin Bertila, Enrique, Amaro, Juan y Heráclides, sin Dora, Felipe, Robert, Marcelino y Hugo. Nos faltan once peruanos/as a todo el país, no solamente a sus deudos.

Encontrarlos y encontrarlas, los restos faltantes, la verdad faltante, la justicia faltante para el caso Cantuta, para los casos de los 80s y 90s, para los casos actuales, hayan sido terroristas, agentes estatales o feminicidas sus perpetradores, es también encontrarnos a nosotros mismos como país, retomar el timón en la incertidumbre y navegar teniendo como única brújula el amor a nuestros hermanos y hermanas compatriotas.

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