El maestro que no quería a sus alumnos (III)

La primera y segunda partes fueron escritas en febrero, hoy aún en las cercanías del día del maestro peruano, la tercera parte se enfoca en un perfil peculiar de maestro que aún falta examinar en mayor profundidad.

Muchas maestras y maestros ejercen su profesión y vocación de manera heroica, y en algunos momentos de nuestra historia, y en determinados territorios, exponiendo sus vidas.

Muchas maestras y maestros procuran no solo “transmitir” conocimientos, sino formar ciudadanos y ciudadanas, desde una relación de respeto y afecto para sus estudiantes.

Muchas maestras y maestros han salvado de una situación crítica, u ofrecido una luz de esperanza a niñas, niños y adolescentes que lo necesitaban.

Estas maestras y maestros están a lo largo y ancho del país, en lo urbano, en lo rural, en la educación regular, en la alternativa y en la especial, en lo público y en lo privado.

Pero también hay un perfil de maestro, principalmente en lo público, especialmente en lo rural, y frecuentemente en las modalidades multigrado o unidocente, que cae en una espiral de búsqueda de reconocimiento y poder que lo lleva a sentirse y actuar como un reyezuelo de su escuela, o incluso de la comunidad que lo alberga.

Al principio puede ser difícil de detectar. Es un maestro con conciencia social dicen, que se involucra “más allá del deber”, pero que también empieza a asumir cada vez un mayor protagonismo en la comunidad, frecuentemente rural o periurbana que alberga su colegio. Muchas veces es la persona a quienes acuden las personas en la comunidad, con bajo nivel educativo, incluso iletrados, o con poco conocimiento del mundo urbano. Entonces este maestro responde desde su vocación de servicio, pero con una autoestima debilitada, débil formación ética y ciudadana, y precarias condiciones laborales, sucumbe a la gratificación inmediata y facilista que da el poder…

No todos lo hacen, ya se ha dicho, pero quienes lo hacen ingresan a una espiral de acumulación de poder, que incluye la manipulación de la información, la generación de dependencia en la comunidad educativa y un estilo autocrático que desplaza otros liderazgos, pero que es aceptado por una población que solo tiene acceso al Estado a través de los servicios de educación, salud y programas sociales, y que incluso para acceder a estos últimos ve en el maestro al agente más cercano y que tiene la clave para acceder a los demás servicios y derechos, desde el mundo letrado y occidentalizado.

Esos reyezuelos pierden de vista el servicio y la dedicación a la comunidad, y se perdieron a sí mismos en su búsqueda del poder y de beneficios personales, pero son incapaces de sincerar sus intenciones, ni siquiera frente al espejo. Repiten su discurso reivindicativo al punto de no solo convencer al resto, sino de convencerse a sí mismos que todo lo hacen por un bien común, por una lucha conjunta, por el pueblo.

No nos confundamos, no hay una patología detrás, no hay una escisión de la personalidad, ni mucho menos con la realidad. Tampoco creo conveniente bautizarlo con algún síndrome, porque se tiende a exculpar a la persona cuando identificamos algún código en el manual diagnóstico psiquiátrico o médico. Son simple y llanamente autócratas que requieren ser detenidos en su práctica lo antes posible, antes que el daño hacia otros sea real.

Este perfil es minoritario, pero existe en muchos docentes, la mayoría hombres, y de ahí que no use lenguaje inclusivo. Este perfil descrito fue lo que vi en un video que circuló durante la primera campaña electoral, donde el docente rural de Puña se paraba frente a una cámara, con los padres y madres de familia parados detrás, como triste decoración escenográfica, y sostenía un documento apócrifo, mientras desinformaba a su comunidad educativa, a cambio de congraciarse con sus nuevos aliados negacionistas de las desigualdades de género. Lo que es peor, y se supo luego, que estas declarciones las hizo habiendo sustentado su tesis de maestría en la que constató (supuestamente) que sí existen las desigualdades de género en su escuela, pero ya sabemos la calidad de su tesis.

Cerramos esta trilogía, señalando que Pedro Castillo Terrones es un maestro que no quiere a sus alumnas, tampoco a sus alumnos, pero en especial, no quiere a sus alumnas, porque no ha observado la ley que censurará los materiales educativos que podrían quedar que esas niñas sean víctimas de violencia o tengan un embarazo temprano, y porque hasta el momento no se ha pronunciado respaldando a la Ministra de la Mujer, para asegurar que sus alumnas, y todas las niñas tengan un estamento en el Estado que se preocupe por ellas. 

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