Mi querido y eterno amigo. Inicio agradeciendo tu compañía y la fortaleza de tu memoria y amistad. Hoy vivimos tiempos de oscurantismo, y lo poquísimo logrado está en peligro.
Recuerdo el salón de clases. Recuerdo que cada vez que debías
exponer algún trabajo, o cuando nos deleitabas con tu inmenso talento en alguna
dramatización escolar, empezaban los silbidos, los “sau”. Recuerdo tu esfuerzo
en no perder la concentración, tu rostro ligeramente enrojecido, tu sonrisa
para darte ánimos y restarles importancia, tu disgusto, el suspiro al retornar
a tu asiento detrás de mi carpeta, y mis torpes felicitaciones y ánimos por tu
siempre excelente desempeño.
En algún momento intenté que me confiaras tu orientación,
tus gustos reales, no el supuesto gusto por aquella compañera, sino por el
enamorado de ella, que siempre supe era el que en verdad te gustaba. En mi
torpe intento, entré por el lado de tu forma de hablar y dicción, desde la
mirada teatral era algo a trabajar, te sugerí el ejercicio del lápiz, y lo
hacías bien, pero eso no cambiaba la entonación afectada que tenías al hablar.
Esa peculiar forma de hablar, de pararte y mover las manos que era percibida
como femenina y que te hacía objeto de burlas.
Objeto de burlas no. Violencia homofóbica, psicológica y
verbal, y algún “levante” (aquí, violencia sexual). Sobreviviste a ello, aunque
no por mucho.
Sé que al igual que muchos, luchaste contra quien eras. Lo
sé porque peleamos cada vez que querías ser quien no eras. Tú eras un actor
gay, no un publicista metrosexual, y por eso me molesté cuando postulaste a esa
carrera. Al final te encontraste a ti mismo, no gracias a mi que no supe
acompañarte, que nos distanciamos por alguna tontería como acabar nuestras
carreras. Y la alegría al verte en la portada de Somos, y el abrazo al día
siguiente del estreno, era porque al fin eras tú, la persona que más admiraba
en el mundo estaba completa.
Y entonces te fuiste.
No puedo evitar escudriñar el momento en el que tal vez
estuviste en riesgo, qué cosa tendría que evitar que suceda para meterme en una
máquina del tiempo y cambiarlo. Me imagino como en la película “El efecto
mariposa” uno y otro intento fallido.
Pero sé que no existe ese evento. Porque fue una serie de
circunstancias, fue todo un contexto que ni yo, ni alguna amiga o amigo en
particular que hicimos esfuerzos aislados podríamos cambiar. La violencia
estructural nos privó de tu inmenso potencial.
Aunque tal vez, si más allá del tímido discurso de esa
profesora pidiendo que dejaran de agredirte, nos hubieran enseñado de manera
constante a respetarnos en nuestras diferencias, como iguales e hijos de dios
en ese colegio parroquial, quizás, ese ataque frontal a la violencia es el que
hubiera hecho la diferencia. Tal vez, igual que en la película no hubiéramos
sido amigos, pero habrías alcanzado la plenitud.
Quienes hoy quieren supervisar los materiales educativos, no
lo hacen con caridad piadosa, lo hacen por poder. Si fuera por caridad, enhorabuena,
verán que la escuela aunque quisiera no podría homosexualizar, lo único que ha
hecho la escuela hasta ahora es oprimir y enclosetar.
Cuando leo o escucho a personas ideologizadas decir que en
la escuela van a “homosexualizar” a sus hijos, lo primero que pienso es que de
tener un hijo me encantaría que fuera igual a ti, igual de inteligente,
sensible y talentoso, y que si el paquete viene con una orientación de género
diferente, ¿qué? Basta con la humanidad y talento, si es gordo, bajo, gay, fuerte,
lacio, trans, rubio, afro, lesbiana o delgada, qué más da.
Si me dijeran que puedo reprimir a mi hijo/a para que no sufra,
o en cambio puedo evitar que sea violentado, creo que todas preferiríamos dejar
a los hijos en libertad y sin violencia. Quiero decir, todas las personas que
no estamos ideologizadas y que ponemos el amor por delante.
Esta Alberto, es mi batalla de amor, de amor a ti y a otras
personas que fui conociendo en el camino, y a quienes salieron del closet del
colegio después de ti.
Abrazo al infinito, gracias por tu memoria. ¡Venceremos!
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