Susana, ¿la loca?

La palabra “histeria” viene del griego “hystera”, que significa útero. Por ello, desde su etimología nos señala que las mujeres son locas, así, “locas”, no personas con problemas de salud mental, sino locas, simplemente por ser mujeres.

Pocos freudianos saben que el padre del psicoanálisis en realidad se había encontrado con varios casos de abuso sexual en su práctica, pero para poder ser aceptado en la academia, modificó el relato de las víctimas, sus pacientes, concluyendo que los abusos fueron fantasías, ilusiones, de mujeres histéricas, y que el tratamiento debiera orientarse al olvido o resignificación de esos recuerdos.[1]

Una gran ironía del avance de la psicología y el psicoanálisis es que, aunque han demostrado que la salud psicológica es real, que su origen puede ser explicado desde las neurociencias y por sucesos de la vida catalogados como “traumáticos”, al mismo tiempo, sus categorías científicas y sanitarias son empleadas para estigmatizar, aislar, e incluso torturar.

Los primeros centros de tratamiento hospitalizado para la salud mental, o “manicomios”, precisamente fueron fundamentales para que Foucalt desarrollara su teoría sobre el control del cuerpo y el poder. Hasta el día de hoy, se siguen utilizando de esa forma algunos malos centros de salud mental[2] y recuperación de adicciones.

El ejercicio del poder a través de la manipulación o el llamado “control mental”, es una forma de violencia, una psicológica, difícil de probar, porque justamente implica cambiar la percepción de las personas, generando la identificación del agresor o síndrome de Estocolmo, o también hace a la víctima dudar de lo que es real y de su propia salud como en el gaslighting[3].

El término gaslighting se debe a la película “Luz de gas”, donde el violentador hace creer a la protagonista que está perdiendo la cordura bajando la intensidad de la luz gradualmente. Fujimori y Montesinos que no se andan con rodeos, simplemente dejaron totalmente a oscuras a Susana Higuchi, encerrándola y sometiéndola a choques eléctricos, que no eran ningún tratamiento, sino tortura.

Montesinos, Fujimori y sus hijos intentaron re escribir la realidad de Higuchi, mellar su salud mental para presentarla al país como “loca”, y así desestimar las denuncias de corrupción que ella acababa de realizar, y obstaculizando toda ambición política por parte de ella.

Es probable, aunque nunca lo sabremos, que ella tuviera algún predisponente o características de personalidad que además de hacerla resistir y no olvidar su realidad, generara respuestas o reacciones que para sus hijos aún niños y adolescentes la vieran realmente como “la mala”. También es posible que ellos mismos padecieran algún nivel de identificación con el agresor como reacción adaptativa al ambiente violento en que estaban. No lo sabemos, pero es válido mantener esta hipótesis, tanto como la hipótesis más popular en la que ellos fueron seducidos por la oferta de poder del padre.

La realidad no es blanco y negro, y el gris seguramente está en alguna confluencia de estas dos hipótesis. Lo que Keiko, Kenyi y sus hermanos han hecho después, sí es plenamente su responsabilidad. Pero en la adolescencia, con sus personalidades y moralidad en desarrollo, es difícil atribuirles responsabilidad, por más vendedor que esto sea políticamente.

Fue decisión de Susana el poner por delante la relación con sus hijos y dejar a un lado su lucha política. Esto no solo le ha costado al país poder esclarecer el nivel de perversidad de Fujimori, sino que ella misma pagó el precio de ver mancillado su nombre, su honor, que es lo que como nikkei salió a defender cuando denunció a sus cuñadas por la venta de ropa donada. Ello, sin contar el evidente daño a su salud psicológica que arrastró hasta su fallecimiento.

Ella decidió pagar ese precio por recuperar su relación familiar, y solo nos toca respetarlo, esperando que algún día, con menos prejuicios hacia la salud mental y más conocimiento de la violencia psicológica, la verdad alcance a la mentira.

 

 

 

 

 

 

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