Culpas y Responsabilidades

En más de una oportunidad he tratado tangencialmente el tema de la culpa, y se merecía ya un espacio propio. La abordaré desde dos dimensiones, la primera más individual digamos sobre el “sentimiento” de la persona en falta, y la segunda, más social, relacionada a la búsqueda de culpables desde la  sociedad. Ambas son complementarias y no existen solas, pero lo separamos para organizar las ideas.

En sí, la culpa es un mecanismo que ayuda a regular nuestras conductas y mejorar nuestra convivencia social. Nos enseñan a sentirnos culpables cuando hacemos algo que contraviene las normas sociales, sea por acción u omisión. Esta socialización es muy temprana, y desde la observación (aprendizaje vicario) lo asimilamos incluso antes de tener claridad sobre el bien y el mal o las reglas de la sociedad. Más bien, aprendemos las reglas a partir del sentimiento de culpa, si nos “sentimos mal”, es que transgredimos alguna norma. Este aprendizaje tan temprano coincide con lo que conocemos como pensamiento egocentrista en la infancia, etapa en la que las personas creemos que todo lo que sucede a nuestro alrededor se relaciona con nosotros. En esta etapa, por ejemplo, una discusión de los padres es interpretada como algo que hicimos o no hicimos bien, e interiorizamos la culpa. Este aprendizaje puede ser tan fuerte, que incluso pasada la etapa del egocentrismo, seguimos pensando que la unión de la familia es nuestra responsabilidad, y que, si esta se quiebra, será nuestra culpa.

Lo que nombramos como sentir culpa, implica una revisión de las acciones, es decir explorar el pasado para encontrar el error. Algunas personas pueden ser más exhaustivas que otras al hacer esta exploración, otras se detendrán a imaginar escenarios posibles en retrospectiva, quizás a buscar diferentes ángulos, mientras otras rememorarán un momento constantemente. Esto lleva a un acto de constricción (que literalmente significa encogerse, y que podemos asociar a la vergüenza y recato), o a una penitencia, que en el mejor de los casos llevará al ofrecimiento de disculpas y búsqueda del perdón. Pero casi siempre queda en la inacción, es decir no necesariamente lleva de manera directa un acto hacia el otro. Como la revisión ha sido del pasado, las acciones se orientan a ese momento, y muy pocas veces hacia el futuro o hacia la reparación concreta del daño.

La tradición católica expía las culpas, principalmente mediante el sacramento de confesión, cuyas penitencias suelen ser oraciones, y eventualmente el ofrecimiento de disculpas y la indicación para extinguir la acción punible (pecado). Un factor positivo de este rito es que permite verbalizar una situación que genera angustia a la persona. También individualiza el acto (pecado), lo que es un aspecto útil en la construcción del sentido de autonomía, pero puede promover un análisis limitado y descontextualizado de la real capacidad de agencia de la persona que se confiesa... en realidad dependerá mucho del estilo del sacerdote, si solo se limita a señalar la falta o si ayuda al confesante a analizar mejor sus razones y contexto. Pero esta práctica en su conjunto coloca un peso importante en que el “culpable” “confiese”.

Socialmente, se espera que las personas actúen en concordancia con estas tradiciones, por lo que hay ciertos énfasis en nuestro comportamiento como sociedad cuando algo está mal:

  1.        Buscamos culpable(s)
  2.        Exigimos que el (o los) culpable(s) confiesen
  3.        Dicho culpable debe mostrar su constricción
  4.        Imposición de penitencia al culpable desde un externo

Aquí entramos de lleno a la segunda dimensión de nuestro abordaje, que es el significado social de la culpa. El principal defecto de esta “cultura de la culpa” es que las acciones arriba enumeradas no están orientadas a la reparación del daño o a la resolución del problema. 

Hay situaciones que ni siquiera requieren la determinación de un culpable para ser resuelta. Digamos, una fuga de agua en un edificio, ¿puede resolverse sin un culpable?, sí, a lo mucho requerimos saber dónde se originó, pero eso no significa que se deba culpar a la persona que está allí, sino entender las condiciones que llevaron a la ocurrencia del problema. ¿Importa si dejó abierto el caño porque tiene alzheimer, porque se puso a ver TV o porque salió a atender una emergencia? Desde el punto de vista del gasfitero, solo importa si lo dejó abierto o si está averiado. La valoración moral de las razones solamente es funcional en una cultura de la culpa, para exigir al culpable una confesión, constricción e imponer una sanción real o social. En este sistema, la persona siempre buscará mostrar inocencia o justificar el descuido para evadir la sanción, especialmente la social y el estigma de ser “culpable”.

horda con antorchas
Como imagino las búsquedas de culpables

Pasemos a la otra perspectiva, la de la responsabilidad. Siguiendo el ejemplo, más allá de las razones para dejar el caño abierto, era su responsabilidad cerrarlo, o poner a una persona al cuidado del paciente de alzheimer, y no se cumplió. Eso conlleva a asumir consecuencias, como el ofrecimiento de disculpas y actos concretos de reparación como asumir el pago. En ese sentido el diálogo sería muy breve: - Vecino, hemos notado que la fuga proviene de su departamento. – Así es vecinos, me disculpo por ello, por favor me contactan con el gasfitero para asumir sus honorarios, también si hubiera dañado vuestras propiedades lo verificaremos, pero les pido paciencia, pues no tengo dinero suficiente para asumirlo todo junto. – De acuerdo vecino, le pasaremos una relación y haremos el cronograma de pagos, pero en un siguiente descuido asumiremos otras medidas.

Un diálogo de esta naturaleza posiblemente diste mucho de otras realidades, donde la búsqueda del culpable y el tratar de forzarle a “confesar” puede llegar a extremos que linden con la humillación, el insulto y la agresión. Como sabemos que estas son reacciones probables, solemos evadir nuestra responsabilidad, por temor a la acusación de culpabilidad. Enfocarnos en relaciones sobre la responsabilidad y dejar de lado la persecución a los culpables, genera una economía de esfuerzos y emociones que bien pueden utilizarse en la solución real del problema.

Llevado a terrenos de la administración de justicia o la política, observamos también que la mayoría de los esfuerzos persecutorios van hacia la persona, pero no necesariamente se repara el daño o a la posible víctima. Por ejemplo, tenemos cientos de encarcelados que no han pagado ni pagarán la reparación civil que es el mecanismo de reparación impuesto, desde asesinos hasta corruptos y traficantes. Quizás la falla esté en el mecanismo de reparación, pero nuevamente esa falla nos conlleva a esta “cultura de la culpa”, tan centrada en la persecución y sanción que olvida la reparación. Y sin reparación, es más difícil sanar.

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