Carta Abierta

Querido Alberto, ese es el nombre con que te conocí,
aunque aprendí a preguntar por Rubén o “Alberto hijo”
cuando llamaba a tu casa en los tiempos sin celulares.

Habrás pensado que como dejé en la adolescencia mi

manía de enviar cartitas expresando lo que siento,
tú simplemente te libraste de recibir una. Hasta donde
recuerdo, nunca te escribí en el cole ni después, sabía
que sin importar nuestras discusiones, al final siempre
volveríamos a conversar, y que el afecto estaría
siempre allí. Y es que en realidad discutíamos porque
yo quería convencerte de lo que me parecía mejor
para tu felicidad, y tú reclamabas tu justo derecho
a la autonomía… y aunque no pronuncié las palabras
“te lo dije”, sabes que a la larga, casi siempre
tuve razón. (Ok, esto último es injusto porque sé que
no me lo podrás refutar como lo harías normalmente,
pero más de una vez lo admitiste.)

Me niego a hablarte o hablar de ti en pretérito. Pero no sería realista usar el tiempo futuro.
Estás en un eterno presente imperfecto,
pues aunque gramaticalmente ese tiempo no exista,
el presente que hoy nos toca a ti y a mí, no es simple.

Me plantaste en nuestra última cita, normalmente
sería algo imperdonable, excepto porque yo también
andaba ocupada esos días. Debí decirte que nunca estaré
ocupada para ti, pero espero que eso lo sepas bien.
Sabes que mi cariño es incondicional y eterno, soporta
cualquier distancia y diferencia, acepta tus cambios
permanentes, tu ocasional indiferencia, tus quisquillosos
quites y hasta tus dilemas aspiracionales.

Se me quedaron varias cosas en el tintero de lo que te diría en enero. Algunas te las dije el sábado,
pero por si no me escuchaste bien con tanta gente
hablándote, algunas te las escribo, otras quedan en nuestra complicidad.

Me jode tanto que una persona tan brillante, talentosa y noble tuviera que batallar toda su vida
por culpa de absurdas normas sociales y de tanta gente
idiota e hipócrita en este mundo.

No recuerdo si alguna vez te comenté del maleteo,
acoso (discrepo del término buylling), que enfrenté
en primaria. Tú te nos uniste en secundaria, y nos
tratamos más los últimos años, en especial quinto
que te sentabas detrás de mí. La vez que nos
encontramos por la Rambla me preguntabas por qué
ponía mi cara de poto y los ojos en blanco cuando
me hablabas de una u otra persona de la promo
a quién tú estimas. Me decías que dejara atrás
resentimientos. Te expliqué que no era
resentimiento, sino ausencia de cualquier
sentimiento. Que aquellas personas eran conocidas,
pero sería hipócrita pretender ahora una amistad
que nunca existió, te dije que no me causa interés
encontrarlas o retomar contacto porque no son
parte de mi vida hoy; porque no existen. Me entendiste
y lo aceptaste, y me lo demostraste la última vez
que nos cruzamos de casualidad por Miraflores.

La verdad no tengo esa infinita capacidad tuya
de comprender y perdonar. Pero sobre todo renuncié
hace mucho a querer encajar o “ser parte de”.
Decidí simplemente abrirme paso dejando de lado
lo que no suma. Tú escogiste un camino que requiere
una grandeza espiritual que yo no poseo.

Bueno, volviendo al tema del maleteo, que es el punto
que te quiero explicar; cuando llegaste al cole,
ya la promo estaba más o menos segmentada
en grupos definidos, y yo estaba al final de la cadena
alimenticia, por decirlo así. Creo que tú eras el único
capaz de hablar y llevarte bien con los leones
y los fitoplánctones, pasando por herbívoros,
tiburones y pececillos. De haber existido un elemento
unificador, un puente mágico, hubieras sido tú,
como la corriente de agua a quien todos
necesitan y respetan. Pero no. Nuestra promo
no se iba a unir, ni se unirá nunca. No logró unirla
la muerte de Freddy, y tú tampoco. La huevada
es que lo que distribuyó los grupetes fueron vainas
más estructurales que no éramos capaces de entender,
y de las que la mayoría sigue sin ser consciente.
Son las mismas vainas estructurales que dividen a
nuestra sociedad racializándonos en una pantonera,
jerarquizando a quienes ostentan pedigrí, resaltando
las diferencias económicas, y juzgando a quienes
no cumplan los estándares sociales,
nada de rarezas o diversidad, todo enmarcado en
la peruanísima política de palo encebado. Yo era rara,
marrón, sin pedigrís, y enfrentaba un maltrato familiar
que me hacía introvertida, llorona, débil y blanco de burlas.

Me imagino que ahorita estás pensando “putamare
ya se puso densa mi comadre”, y en tu cabeza debes
tener varios argumentos para demostrarme que
la cosa es más simple, que las personas somos complejas,
pero que cada ser humano tiene un buen corazón
y hay que acercarse sin prejuicios al encuentro
del otro. Pero ya te dije que no tengo tu nobleza,
que casi nadie tiene tu nobleza, y que eso te expone
a que se aprovechen de ti… como aquella chica que me
contaste que cambió su actitud
de pronto a la vez que te pedía favores en la universidad.
Y si las cosas no son estructurales, explícame por qué
el acoso continuó en tu caso a lo largo de tu vida,
y el mío paró al entrar a una universidad pública.
Porque la homofobia es transversal a las clases sociales,
pero el clasismo tiende a desaparecer entre iguales.
Porque tu arte y mi rareza disonaban en un colegio
castrante, pero se convirtieron en cualidades
al encontrar nuestros respectivos lugares profesionales.

Y sé que esto último no me lo vas a poder refutar.

Me dirás que igual el camino que elegiste te funcionó,
y no voy a discutir eso (aunque podría). Pero no es la solución definitiva, ideal o generalizable (¿ya te dije que yo no soy tan
buena gente?); y tampoco creo que sea justo para nadie tener
que batallar tanto todo el tiempo, enfrentando a gente cojuda,
prejuiciosa, aprovechada… a tanta gente hipócrita
que se llama cristiana, se persigna y al mismo tiempo trata mal
a sus semejantes… gente que es capaz de ir a visitarte y reírse
en la puerta de las veces en que te maleteaba… gente de mierda,
producto de nuestra sociedad podrida, que tiene que cambiar.

Así que para no hacerla larga, y no ponerme más densa,
te pido un favorzote, que ya lo estás haciendo ahora en realidad.
Y es que me ayudes (desde donde ahora estás, no se te ocurra
venir a jalarme las patas que sé te encantaría), a ir generando
conciencia en más personas, y en las próximas generaciones,
a cambiar todas las huevadas estructurales que no toleran
y violentan la diferencia, a ser menos hipócritas, a que nadie más
viva el acoso, a que nuestro pasar por este mundo sea más placentero.

Desde ya gracias por todo, gracias por ser parte de mi vida
y por tu compañía.


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