Terminando ya el Censo 2017, y las reflexiones en torno a la
pregunta de autoidentificación étnica, con un poco de cabeza fría, es
importante pensar qué ha significado este proceso para nosotros como país.
Durante muchos años, siglos en realidad, hemos forjado una
lógica racista en la forma de relacionarnos. En esta lógica no solo interviene
el color de piel y rasgos físicos, sino también los orígenes y factores
culturales como la lengua, la forma de vestir, las manifestaciones de la
espiritualidad, la música, danzas, etc. Bien decía un colega, que el racismo no
solo se expresa contra las personas, sino contra sus productos culturales.
Toda sociedad funciona como un sistema, algo así como el
cuerpo humano o como una familia. Tomaré la metáfora del cuerpo para compartir
algunas ideas. El racismo viene a ser una especie de enfermedad cardiaca, pues
incide en todo el funcionamiento del cuerpo, haciendo que caminemos más lento y
recorriendo todo el sistema a través del torrente sanguíneo. Pese a que
convivimos tanto tiempo con este mal cardiaco, recién lo estamos notando y
aceptando. Este tipo de enfermedades menos visibles, implica generar una serie
de cambio de hábitos, además de la aceptación de la enfermedad. Algo
fundamental para el tratamiento de un mal cardiaco es hacer ciertos ejercicios.
Durante la última semana hemos debido hacer el ejercicio de
mirarnos a nosotros mismos y reconocer nuestros orígenes, que es algo que nunca
habíamos hecho de manera integral como sociedad, como un solo cuerpo. ¿Qué sucede
la primera vez que uno va al gimnasio o estrena un deporte? Por lo general
habrán partes del cuerpo que no responden, otras que sienten un profundo dolor,
pero finalmente logramos hacer la rutina, no sin un importante agotamiento. Eso
ha sido pensarnos alrededor de la pregunta 25, en especial para Lima, y quizá
algunas otras capitales departamentales principalmente.
Por generaciones, quienes migraban a las grandes urbes
provenientes de distintas partes del país no solo se han entremezclado (culturalmente)
con otras, sino que han tratado de despojarse a sí mismas y a sus descendientes
de todo aquello que les pudiera significar una experiencia de discriminación:
sus tradiciones, su lengua, su vestimenta, su espiritualidad… e incluso los
rasgos físicos al privilegiar uniones con quienes se acercaban al ideal físico
de “blanco”. Hoy las generaciones herederas han sido interrogadas respecto a
ese pasado que les fue negado, y hemos visto diversas reacciones frente a ello.
Se ha reaccionado con burla, con racionalización (pregunta
mal formulada, confusión de categorías, etc.), negación (no voy a responder), y
otras más que constituyen mecanismos de defensa desde una mirada psicodinámica.
Muchos pasaron más rápido o más lento de esta primera reacción a una
autorreflexión. Es decir, hicieron el ejercicio y pusieron el cuerpo en
movimiento. Estos últimos días a las campañas de los Nikkei y Tusán para
autoafirmarse, hemos visto también un surgimiento de identidades culturales
múltiples por las redes sociales. Esa es nuestra sociedad haciendo ejercicios
cardiovasculares para sanarse; y aunque no hayamos sido todos, el ejercicio es
saludable y sanador.
¿Qué pasa cuando no se vuelve a hacer ejercicio a los días
siguientes? Se vuelve a sentir dolor, y luego retomar la rutina se hace más
difícil, y se vuelven a atrofiar los músculos que habíamos activado. Nos toca
entonces seguir ejercitándonos en la reflexión sobre nuestros orígenes. Más
allá de la pregunta del Censo, ¿quiénes somos? Conocernos de manera continua,
reconociendo nuestra diferencia como un valor, y sobre todo haciendo lo
necesario para resarcir y sanar el daño a esas partes de nuestra sociedad
históricamente discriminada, arrinconada al borde de su propia extinción, es el
proceso para tener un cuerpo saludable que funcione plenamente y se desarrolle
social, económica y políticamente.
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