Sheyla y su derecho a la salud

Han pasado ya algunas semanas desde el escándalo suscitado por las “filtraciones al SIS”, y la distancia temporal permite hacer algunos análisis. Antes de ello, precisar el contexto del “escándalo”: Por un lado, un sistema de salud colapsado no por este gobierno, ni por el anterior, sino que viene arrastrando graves problemas al menos desde el primero gobierno aprista y los noventas; y por otro lado, una clara intención de la oposición de petardear a la actual ministra. Dibujado el paisaje general, corresponde revisar las situaciones mediáticamente criticadas a la implementación del Seguro Integral de Salud.

En un funcionamiento ideal del sistema de salud pública, con la recaudación efectiva de impuestos y la gestión eficiente de dichos recursos se debería ofrecer un servicio de salud óptimo para todos y cada uno de los ciudadanos y las ciudadanas, más allá de su condición de pobreza o riqueza.

Ya sabemos que estamos muy lejos de dicho ideal, pero en esa situación esperada, la Sra. Sheyla, o cualquiera con un ingreso, incluso mayor a los 30mil soles que pague sus impuestos tiene derecho a la atención pública.

Lo que viene sucediendo en el país (y en muchos más), es que la atención es tan deficiente, que quienes tienen algún ingreso económico superior a la situación de pobreza, optan por acudir a un servicio privado, que va desde ofertas municipales hasta grandes clínicas internacionales, pasando por falsos médicos e instituciones sin licencia. Es la privatización de la salud, ya sucedió, y no nos enteramos.

Consciente de sus limitaciones en la oferta de servicios, y para garantizar la salud de la población en mayor vulnerabilidad, es que el Estado genera el SIS, aún con una cobertura limitada en cuanto a los problemas de salud tratados, como cáncer, salud mental, etc. Por ello se establecieron algunos parámetros para hacer un mejor uso del recurso público a sectores empobrecidos y vulnerables.

En ese sentido, aunque nuestro caso de análisis (Sheyla) tiene derecho a recibir un servicio de salud pública, no es legal que ejerza ese derecho a través del SIS. O sea tendría que pagar por aquellos servicios de salud como cualquiera que va a un hospital del MINSA y tampoco tiene seguro. Aunque quizá, algún abogado constitucionalista y/o especializado en derechos humanos pudiera demostrar lo contrario en una demanda al Tribunal Constitucional.

El otro caso que se mediatizó fue la afiliación de reos por delitos de lavado de activos y corrupción. Es decir, con solvencia económica. Si bien esto parece contradecir el sentido del SIS, está ajustado a derecho y a ley. El derecho a la salud no se suspende con la privación de la libertad, un claro ejemplo es el reo Fujimori, quien es llevado en movilidad estatal cada vez que requiere ir a la clínica donde se atiende, e incluso ha sido atendido reiteradamente en Neoplásicas, que es una entidad pública. Considerando que la mayoría de reos, al no producir económicamente no están en capacidad de pagar una clínica privada como el Sr. Fujimori, es que el SIS incluye a este grupo poblacional entre los de mayor vulnerabilidad y garantizar su derecho a la salud. Quizá esa norma necesita una modificación para excluir a los reos que tienen solvencia económica, pero eso tendría que sustentarlo también algún profesional en derecho.

Lo anecdótico de estos casos debe tomarse como un síntoma más de la crisis en el sector salud. El parchar el vacío de la capacidad de atención integral y nacional, con recursos específicos a través de un seguro con cobertura limitada a determinadas dolencias, y que va sumando de a pocos a distintos grupos vulnerables (según su capacidad de agencia y demanda), no solo por su situación de pobreza, sino de exclusión, discriminación y victimización, no está funcionando.

Es tiempo de repensar todo el sistema, no solo el SIS, poniendo los principios de eficacia, eficiencia y transparencia del gasto público al servicio del derecho a la salud.

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