Día de los Vivos

Volver después de varios meses al espacio de las organizaciones y familiares que incansablemente buscan justicia por los crímenes durante el conflicto armado interno, dio una situación a como debe ser asistir a una gran reunión familiar después de tiempo. Subrayo “como debe ser”, en primera porque al no tener una familia extensa, nunca he asistido a una gran reunión, pero sobre todo, porque todo en el espacio es el ideal de familia que tenemos en nuestras mentes y corazones asociado a esta palabra: la solidaridad, el afecto, la apertura, el cuidado, y la buena y sana expresión de las emociones de alegría, tristeza, rabia, indignación, nostalgia…

Aquellas personas, hombres y mujeres (sobre todo mujeres) a las que solemos llamar “víctimas”, en realidad son la principal reserva de moral y justicia de un país que no se ha caído a pedazos, precisamente por ese terco amor a la vida.

Podría pensarse que quien lleva tantos años bregando por una justicia que llega a cuenta gotas o no llega, que permanentemente recuerda y verbaliza su dolor no con finalidad terapéutica, sino porque la justicia peruana es sorda en vez de ciega, que quienes han resistido tanto tiempo a la injuria y la difamación casi perpetua, aquellas que viven con un ojo alerta, desplegando un energía en hacer surcos en el mar, debieran ser personas ya sin sueños ni ilusiones, cargada de resentimiento. Pero no es así.

Esa idea es un estereotipo estúpido.  ¿A cuántas personas pasados los 40, 50 o 60 conocen que se atrevan a aprender a tocar un instrumento, cantar en otro idioma y hacerlo en público?, ¿a cuántas amas de casa que forman organizaciones y gestionan proyectos?, ¿ a cuántas jóvenes que habiendo terminado una carrera, estudian una segunda profesión y en el camino son lideresas estudiantiles?. Yo conozco a muy pocas, y casi todas sobrevivieron a una historia de violencia que les arrebató parte de su vida.

No quiero decir que es resiliencia, tampoco que salen de su zona de confort, porque no saltaron al vacío, fueron aventadas a un vacío y tejieron con tenacidad y fuerza sobrehumanda una red para las siguientes que eran lanzadas, y para evitar que un país entero cayera al vacío.


No quiero conceptualizar, sino reconocer y aprender de esa sabiduría construida fuera de las aulas a fuerza de convicción, tenacidad y amor. Quiero agradecer esa lección, de cómo continuar el desarrollo personal y profesional, irradiándolo con la misma sencillez con la que el sol nos abrazó ayer en el Campo de Marte, junto al Ojo que llora, que al igual que nuestras actoras a veces ya no tiene lágrimas, pero llora, otras veces ya no llora, pero siempre recuerda.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
La naturaleza humana a través de los tiempos que su historia nos relata no termina de manifestar su a veces extraña y muy compleja esencia. Nos toca ahora en nuestro país experimentarla sin avizorar todavía su desenlace final.
Norma Méndez e Igor Alfaro ha dicho que…
Asi es Candi nosotros, los familiares, nos levantamos fuertes pues nuestras victimas son como esas raices que nos sostienen firmes para pedir por ellos y vivir por ellos con alegria sin olvidar el dolor.