En la celebración por los 30 años de la Coordinadora Nacional de
Derechos Humanos una de las comentaristas internacionales señaló que tras el
colapso del fujimorismo, el gobierno de Toledo debió constituirse en opción de
cambio, mas no lo fue y preguntaba en qué momento se perdió la alternativa
política al fujimorismo, entendiendo el fujimorismo como una cultura política.
En la misma línea, Hildebrandt en la entrevista que concediera a Ideele señala
el fracaso del toledismo como una oportunidad pérdida.
Esa oportunidad no solo se perdió porque Toledo cedió el manejo
económico al estadounidense PPK, ni porque permitió la corrupción, o porque
continuo con la írrita Constitución de 1993. Lamentablemente las fuerzas progresistas y de izquierda que acompañaron a Toledo en su mandato
también tienen (tenemos) una cuota de responsabilidad en la desconfiguración de
la alternativa que este gobierno –aún de transición—debió enarbolar.
En cinco años de co-gobierno y liderazgo de espacios de debate y
participación impulsados en un acertado afán de fortalecer la democracia la institucionalidad desde el Estado, las
izquierdas descuidaron las bases, no pudieron evitar que las juventudes se
dividieran en peleas de poder y partidarias, y la verdad entregada en ocho
tomos a las víctimas del conflicto armado fue insuficiente frente a sus
demandas de reparación y justicia. Se quiso sustituir el trabajo de bases por
los proyectos de ONGs, y al menos dos grandes grupos entraron en franca disputa
de beneficiarios militantes.
Lo siguiente fue la atomización de los partidos de izquierda postulantes
al 2016, perdón, 2006 con tres candidatos que fueron incapaces de leer lo que
el movimiento etno-cacerista y un outsider Humala (con polo rojo) había logrado
capitalizar en el mismo tiempo de trabajo post-dictadura. A ello debemos sumar
la incapacidad de Acción Popular de renovarse, convocar, sumar y capitalizar alrededor
del candidato de lujo que era Valentín Paniagua.
Tal vez el rotundo fracaso en primera vuelta de las izquierdas
divididas las tomó por sorpresa, o quizá lo fue el logro de Humala, o las
sospechas (quizá fundadas) que Ollanta inspiraba. Lo cierto es que no existió
la capacidad para corregir la lectura equivocada que los llevó a la pérdida de
sus inscripciones, y se echó por la borda esta nueva chance de reconectar con
la población y posicionar una ideología, un programa, o siquiera una agenda.
Como tampoco se tuvo la capacidad de entender lo que pasaba en las regiones
hasta que estalló en sus caras la masacre de la Curva del Diablo – Bagua.
Se necesitaron algunos años más y la traición humalista para que un
intento de unidad. Pero nuevamente haciéndolo todo mal, con esa vieja manía de
demostrar quien representa la “verdadera izquierda”, la “verdadera democracia”,
las “verdaderas bases”, sin entender que si hace menos de una década fueron
todos separados era porque no todos eran socialistas, o verdes, o moderados, o
marxistas. En ese escenario, cualquier presión era susceptible de ser leída
como imposición, convirtiéndose en el camino más corto hacia la dispersión, lo
mismo que la disputa por la candidata ideal a las municipales. Con esta
coyuntura aún fresca, el anuncio prematuro
de pre-candidaturas al 2016 no pareciera ser la mejor estrategia para la
cohesión, ni la mejor forma de evitar los errores del pasado.
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