La muerte de Kurt Cobain marcó una etapa en mi proceso personal de
reflexión y asentamiento de una serie de principios y pensamientos que con sus
naturales transformaciones y evoluciones siguen vigentes en mi ideario,
discurso y accionar diario. Una de esas reflexiones era sobre la ironía que
siendo la sobre-exposición mediática y la comercialización uno de los demonios
que atormentaban a Cobain, su suicidio terminó fortaleciendo ambas cosas.
Compartí esa idea con mi padre, y él me presentó a Ernesto Guevara, diciéndome
que él sentía algo parecido sobre la mercantilización de la imagen del hombre
que se enfrentó al imperialismo. Mi padre jamás ha militado en la izquierda, aunque
podría decirse que tiene ideas progresistas, y le tiene simpatía al Ché por una
identificación entre asmáticos, y de hecho, mi viejo no es ajeno a su época.
De cualquier forma, ante esta presentación poco usual de Guevara,
indagué algo de manera un poco superficial, cogiendo un par de biografías y
aplicando lectura veloz. En ese momento me llamó la atención más el proceso de
las guerrillas y revolución el A.L. que el propio personaje de Guevara o de
Fidel, o de cualquiera, excepto Allende. Di un vistazo rápido a las fotos, pero
nada que me atrajera, estaba más interesada en personajes como Gandhi, Mandela
y Luther King (hoy prefiero a Malcolm), quizá era mi forma intuitiva de buscar
alternativas a la violencia política que aún se respiraba, y que a más de año y medio de la captura de
Abimael estaba más que presente.
Poco después, vino la toma de la casa del embajador de Japón, fue un
hecho que pese al bombardeo mediático en contra no vi con malos ojos en aquella
coyuntura dictatorial, aunque entendía también por qué constituía un acto
violento. Entonces no conocía personas abiertamente de izquierdas con quienes
debatir, y sabía a lo que me exponía cada que en mi universidad nacional
expresaba mi forma de pensar a mi pequeño y conservador círculo. Sin embargo,
no tuve la menor duda de estar en lo correcto al oponerme a la ejecución
extrajudicial de los jóvenes emerretistas rendidos frente a la retoma de la
casa. No sabía cómo expresarme y aproveché de raparme yo misma parte del
cabello, así, usaba la pregunta del por qué lo hice para contestar con mi
crítica al homicidio de estos jóvenes, no se puede disparar a quemarropa a
alguien rendido y seguir diciendo que el otro es el violento.
Hasta aquí seguramente muchos me seguirán en el discurso y acordarán en
ello. Pues bien, retornando al Señor Ernesto Guevara. He aquí la imagen que me
impide tenerlo como un referente: él fumándose un puro mientras ve como fusilan
a los vencidos. Me dirán que una cosa no tiene que ver con la otra, pero desde
una mirada desapasionada y objetiva lo es, no es menos fría la actitud de quien
se hace filmar recorriendo la casa llena de cadáveres, de quien se hace filmar
fumando tranquilo viendo morir gente por sus órdenes. Y acá se me viene la
andanada de críticas y respuestas, de las cuáles solo reconozco como válida la
contextualización de los hechos. Ciertamente la revolución cubana fue un
momento histórico incomparable en términos políticos, económicos y sociales,
los pensamientos de la época y el espíritu revolucionario evitan que pueda
tildarse a Guevara de genocida, asesino o terrorista. No, Guevara no fue nada
de eso, pero en ese entonces existían ya otras formas de lucha que son las que
prefiero como referente. Es una elección personal, no es un juicio al personaje
histórico, pero esa elección hace que aunque todavía conserve algún afiche de
Kurt Cobain, jamás verán tuve ni tendré en mi propiedad la imagen de Ernesto
Guevara ni en forma física ni virtual, ni tampoco me oirán citando alguna frase
suya, porque ni siquiera me las sé.
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