Un alto en los previos al día de la mujer

Esta es la segunda vez que intento escribir algo sobre el tema, y lo hago no solo por la necesidad de pensar en voz alta, sino porque sé que no soy la única en estas disquisiciones.

No me identifico con el movimiento feminista peruano.

O tal vez no es con el movimiento, sino con las ONGs que trabajan los temas de género y mujer. O tal vez es que las bases se han invisibilizado tanto –como muchos otros movimientos sociales peruanos- que solo alcanzo a ver a un grupo de señoras y señoritas de edad respetable, monedero abultado y coherencia difusa que simplemente no me convocan.

Sin embargo, esto no explica por qué fechas como el 25 de Noviembre o el 8 de marzo no me movilizan. Lo digo con total honestidad, sabiendo que es políticamente incorrectísimo hacerlo, mas aún en tanto me considero una militante por los derechos humanos.

La primera hipótesis que cruzó por mi mente fue descartada antes que terminara de plantearla: No es una cuestión de identidad de género. Es decir, me siento total y plenamente mujer, sin dudas al respecto, y además soy definitivamente una simple y vulgar heterosexual, medio perra, medio cándida, como todas. Además miles, bueno, decenas de amigas y amigos varones, trans, gays, lesbianas y toda la diversidad que gracias a dios existe, están mucho más metid@s en el tema que yo.

Descartada esta hipótesis, la siguiente sería alguna divergencia con las demandas y propuestas enarboladas en estas fechas. Hipótesis también descartada: defiendo –y ejerzo- mis derechos sexuales y reproductivos con uñas y dientes- en especial los ejerzo así-. Creo firmemente que debe haber una participación política de las mujeres, a la que diferencio de la utilización política de la mujer que realizan algunos partidos y en especial la hizo el fuji-montesinismo. Estoy harta de la intromisión de la iglesia católica que insiste en meterse en mi cama aunque yo rehusé el sacramento de la confirmación. Vivencio y estoy convencida de la persistencia de las desigualdades y brechas de género en el ejercicio de los derechos laborales, a la salud y a la educación; brechas que se incrementan cuando a la condición de mujer se le agrega la de afrodescendiente, indígena, pobre, con discapacidad o con una orientación sexual diferente.
Me indigna sobremanera toda forma de violencia contra la mujer –y contra los varones- incluída aquella que viene de otras mujeres que ejercen opresión como la Cabanillas al mando de la policía, la Cuculiza con su violencia simbólica en el viejo PROMUDEH, la Condoleeza Rice mano derecha del genocida Bush, o la Bachelet contra las mapuches, así como de todas “las martas” que apañaron los feminicidios en el conflicto armado, la encarcelación y violación de mujeres acusadas injustamente de terroristas, y las esterilizaciones forzadas de un número aún desconocido bajo el pretexto mal-entendido y desvirtuado de los derechos reproductivos.

Entonces, si estamos de acuerdo en todo ello, ¿qué me pasa? ¿Por qué el 8 de marzo no me hace hervir la sangre como el autogolpe del 5 de abril, el día de las TH el 30 de marzo, como el 28 de julio o el 24 de junio? ¿Por qué incluso el 25 de noviembre no me duele como el 18 de julio cantuteño, el 21 de marzo en Shaperville o el 5 de junio en Bagua?

Doy un vistazo al afiche del “XXIII Canto a la vida” e interpelo a los rostros de mujeres impresos en blanco y negro sobre el fondo violeta. Las miro y encuentro que solo comparto con ellas un par de cromosomas “x” y quizás con alguna el peinado. Sé que a ellas les debo el saber escribir, tener un trabajo remunerado, poder elegir no ser madre y no ser llamada solterona por mi estado civil a los treinta. Sé que les debo también el haber votado desde que cumplí los dieciocho y la posibilidad de pensar si quiero postular a un cargo o no, así como les debo la libertad de ir a una farmacia a comprar un preservativo y si este me falló, ir al día siguiente por una AOE. Y les debo también el poder comentar estas líneas tan abiertamente, e incluso no estaría pensando en estos temas si no fuera por su lucha y la de otras tantas miles de mujeres cuyos rostros escapan al afiche.

Pero mientras escribo esto, también estoy pendiente de si un pata me responde en el msn (nunca respondió), y aunque no tengo apuros ni deseos de casarme, me pregunto si no me habría ahorrado todo este juego de ilusiones, desencantos, frustraciones y pérdidas –que ya me está cansando- si mis padres me hubieran elegido esposo tan pronto como nací… y lanzo una mirada de reproche a las damas en blanco y negro. Pienso también que me hubiera gustado disfrutar más a mi madre, y que ella tendría mejor salud de no haber sido por su trabajo, y es que se conquistó el derecho al trabajo, pero no al ocio doméstico. Y a mi nadie me preguntó que derechos quería tener yo. Pienso también que sin querer, el derecho a elegir y ser elegida abrió las puertas a la utilización política de la mujer, con falsas promesas a través de los famosos clubes de madres, comedores populares y vasos de leche que también sobrecargan a esas lideresas que deben atender la casa, hijos, esposos, trabajar, militar y encima a veces estudiar, sin poder plenamente disfrutar de ninguna de estas actividades… y los peinados y ropas pitucas de algunas viejas amigas grises en el afiche empiezan a darme respuestas…

Esta reflexión me está saliendo larga (inicio la tercera hoja A4 a mano), pero creo que es necesario un alto en el activismo. Detenerme en el qué y para qué, antes de seguir diseñando el cómo.

Alguien me preguntaba ayer si realmente necesitaba un día, y respondí que no. No lo necesito porque hoy por hoy, es una fecha tan manoseada y tan perdida de sentido como la navidad de papa noel. Lo siento, me disculpo si hiero a alguien, pero es como lo percibo, y no sé si es algo que debamos de cambiar como quien parcha un vestido roto y pasado de moda pero querido, o si es algo que debamos cambiar como una PC que se reemplaza con un modelo actualizado para lograr mayor eficiencia y eficacia en la labor.

El 8 de marzo no me conmueve, no me moviliza, no me toca ni me convoca porque está secuestrado desde que tengo uso de razón por un grupo de mujeres, a quienes su condición de género no les otorga per-se la capacidad de real de representarnos a toda la diversidad de mujeres de diferentes niveles socio-económicos, rasgos étnicos, culturas, lenguas, ideologías, confesiones, moralidades, sexualidades, historias, herencias y cosmovisiones que existimos.

Quizá por ello (lanzo mi última hipótesis aún sin contrastar) es que sí lograron convocarme las hermanas indígenas andinas y amazónicas, que aunque tampoco me representan, sí encarnan ese espíritu de afirmación de la identidad en la diversidad y de unidad en la diferencia. Han iniciado una búsqueda sobre cómo entienden sus derechos, individuales y colectivos, reproductivos y culturales, políticos y medio-ambientales, civiles y fundamentales. Observo su convocatoria con menos trabajo artístico, más “casera”, aún sin rostros en blanco y negro que mostrar, pero con todos los colores del arco iris, incluido el violeta. Observo aquellos colores que también representan la diversidad, y sonrío con nostalgia y tristeza, porque ellas han empezado la búsqueda, y aunque yo estoy terminando de escribir, me temo que sigo sin iniciar la mía.

Comentarios

Carlos Mejía ha dicho que…
Muy bueno tu post y tu blog. Me permito enlazarte: http://sindicalistas.blogspot.com/2010/03/dia-internacional-de-la-mujer.html

saludos cordiales