Ello, no significa que no se haya
logrado elaborar un duelo desde la perspectiva psicológica, o que se haya
convertido en un duelo patológico. La mayoría de familiares de personas
asesinadas y desaparecidas en los 90s que conozco han sido capaces de elaborar
sus atípicos duelos. Y lo han hecho recordando cada detalle, incluso forzándose
a ello día tras día, en una declaración pública, en un homenaje, o al escuchar
a los perpetradores negar su culpabilidad en un juicio o en un medio de
comunicación. Recordar insistentemente, metódicamente no es un duelo mal
elaborado, es la única forma de dar un sentido a lo acontecido, pero sobre todo
de alcanzar verdad y justicia para ellos mismos y para la sociedad.
Y es que la respuesta psicológicamente
sana, una respuesta integralmente saludable se adscribe en un contexto social,
político e histórico. Mientras un sector enajenado, ignoraba, incluso
deliberadamente los asesinatos, los robos y el abuso de poder en los 80s y 90s,
la única respuesta sana, a veces a costa de su propia estabilidad emocional,
provino de quienes no dudaron de su verdad, y en su búsqueda permitieron al
resto del país darse cuenta y hacer un giro de timón.
En una etapa pospandémica, donde
las personas buscan certezas, caer en discursos únicos, negacionistas y
totalitarios es sumamente tentador. Por ello estamos viviendo un retroceso en
el giro que dimos hace 22 años hacia una sociedad más justa y honesta, o al
menos en el intento de construirla. Hoy la incertidumbre nos desborda.
Abrazar la incertidumbre para no
sucumbir ante ella, puede también tomar la forma de la búsqueda de la verdad y
la justicia, pues no hay camino ni una fecha de llegada en esa búsqueda.
Treinta años llevan las madres,
padres, hermanas, hermanos, sobrinas y sobrinos de las y los estudiantes de la Universidad
La Cantuta buscando no solo justicia, sino los cuerpos desaparecidos de manera forzosa
que aún faltan.
La única certeza que les guía, y
lo manifiestan es el amor. Así han navegado en la incertidumbre de un poder
judicial corrupto, de permanentes crisis políticas, y de una sociedad que
prefiere negar la verdad y culpar a quienes van contracorriente de su propia
precariedad.
“Hasta encontrarlos” es la frase
con la que conmemoramos estos 30 años sin Bertila, Enrique, Amaro, Juan y
Heráclides, sin Dora, Felipe, Robert, Marcelino y Hugo. Nos faltan once
peruanos/as a todo el país, no solamente a sus deudos.
Encontrarlos y encontrarlas, los
restos faltantes, la verdad faltante, la justicia faltante para el caso
Cantuta, para los casos de los 80s y 90s, para los casos actuales, hayan sido
terroristas, agentes estatales o feminicidas sus perpetradores, es también
encontrarnos a nosotros mismos como país, retomar el timón en la incertidumbre
y navegar teniendo como única brújula el amor a nuestros hermanos y hermanas
compatriotas.
Comentarios