En la vida cotidiana, como en la política y las relaciones internacionales, difícilmente aparece una agresión o un acto violento de la nada. Lo más probable es que no hayamos prestado atención a las señales previas y a cómo se ha ido desarrollando la escalada de violencia. Esto es el escalamiento que puede iniciar con un intercambio verbal, acciones desafiantes, y finalmente desencadenar en un evento violento concreto, y que en realidad es la respuesta a relaciones previas de tensión y conflicto, y no el resultado de una hostilidad aislada.
Algunos autores sugieren seguir
las perspectivas simbólicas-interaccionistas que permiten observar cómo se articulan
los procesos que llevan al desenlace de la violencia colectiva. Siguiendo esta postura,
los actos violentos deben entenderse con las mismas categorías que otros actos
creativos, pues se basan en los valores y contextos históricos y culturales,
así como por regresiones que atentan contra las formas reguladas de convivencia
social[1].
Dicho de otro modo, un acto
violento se expresa de acuerdo con su contexto social, cultural e histórico.
Por ejemplo, la pólvora culturalmente era usada con fines recreacionales y espirituales,
pero luego desde otras interpretaciones culturales, y con el paso histórico del
tiempo, pasó a ser empleada principalmente en actos de confrontación con el
objetivo de dañar o matar a otras personas. En nuestras culturas la respuesta
socialmente aceptada de una mujer a su acosador es una bofetada, un escupitajo
o incluso un puñetazo no será socialmente aceptado, mientras que blandir un
cuchillo sería tomado justamente como un escalamiento en el conflicto.
Establecidas estas ideas
iniciales sobre el conflicto, es importante considerar que cada parte
identificará un momento en el cual se inició. La menor de las veces hay
coincidencia en el momento, pero aún así, suele ser interpretado de distintas
formas. Por ejemplo, cuatro amigas someten a votación colaborar para comprar un
regalo, tres están de acuerdo y la cuarta en contra. La mayoría espera que la
minoría acepte el acuerdo y colabore en la compra, pero la que quedó en minoría
siente que le quieren imponer y decide no aportar a la compra, y se genera el
conflicto. La mayoría señalará que la culpa es de la disidente, mientras que la
minoría culpará al autoritarismo de sus amigas.
En otras oportunidades cada parte
identificará momentos diferentes sin percibir que estaban en un escalamiento.
Por ejemplo, Juanito dirá que todo inició cuando no lo invitaron a la fiesta,
pero Betito dirá que no lo invitó porque Juan no le prestó su cuaderno. Para Juanito
no hubo afrenta al no prestar el cuaderno, pues seguía las indicaciones de
crianza (valores y cultura) que privilegian el esfuerzo individual, mientras
que en casa de Betito se valora la reciprocidad. Luego Juanito en represalia a
que no lo invitaron a la fiesta puede empezar a hablar mal de Betito, quien,
cuidando su honra, le propina una golpiza. Al terminar ambos en la dirección,
verán a Betito como agresor, cuando en su lógica se defendía del desprecio y
hostigamiento de Juanito.
En este retorno a la
presencialidad será importante indagar y escuchar empáticamente todos los lados
del conflicto, que pueden ser incluso más de dos posturas, entender que en cada
relato se guarda un pedazo de verdad, que cual pieza de rompecabezas será
necesaria para completar la visión completa. Esto también implica estar atentas
a las primeras señales, que pueden incluir silencios, miradas incómodas,
negativas o preferencias hacia ciertas actividades o compañías.
Corolario:
Hemos sido educados en una mirada
simplista de los conflictos, con un bueno y un malo. Si bien esto puede ser útil
en los primeros años de vida para las primeras bases del pensamiento moral, se necesita
complejizar las lecturas e interpretación de los conflictos, incluyendo los
hechos históricos a medida que las capacidades cognitivas y socio-afectivas de
niñas, niños y adolescentes se van incrementando. Podemos preguntarle a un
niño/a de ocho años, ¿por qué el lobo de la caperucita habrá actuado así?[2],
o incluir en secundaria fuentes de Bolivia y de Chile para analizar la Guerra
del Pacífico.
En parte las polarizaciones que
hemos sufrido en los últimos cuatro o cinco procesos electorales, y nuestra
incapacidad para comprender eventos internacionales, se relaciona con nuestro
análisis plano y monocromático de los conflictos. Siempre será más difícil
cuando somos parte involucrada, pero mientras menos ejercitemos el pensamiento
crítico, más complejo será.
[1]
Arteaga, N. Repensar la violencia. (2007) Tres propuestas para el siglo XXI.
En: Trayectorias, vol. IX, núm. 23, enero-abril, 2007, pp. 43-54.
Universidad Autónoma de Nuevo León. Monterrey, https://www.redalyc.org/pdf/607/60715117006.pdf
[2] Al respecto, aquí una “Versión del Lobo” y una propuesta para su uso pedagógico: https://0201.nccdn.net/4_2/000/000/038/2d3/701-LECTCRITICA-GRACIELALOPEZ.pdf
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