Materiales, convivencia, currículo y ciudadanía.


Valorar más lo que hay encima de la cabeza que lo que hay en su interior, es un error que debiera haber quedado en el siglo pasado. Cortes de cabello, revisión de textos, ascenso inmediato y lucro educativo están hoy más vigentes que en la década de los sesenta.

Mientras la política y la tecnocracia educativa han dado algunos pasos hacia una propuesta educativa integral de formación ciudadadana, sus implementadores no han seguido el mismo ritmo, y parecen añorar un pasado donde tenían mayor poder. Docentes, madres, padres de familia y promotores de la educación, a través del Congreso, de autoridades educativas y opiniones desinformadas intentan marchar en dirección contraria. Como quien cambia la dirección de un tren poniendo la locomotora en reversa, pretenden emplear todo el aparato a su alcance para volver a un lugar que ya no existe.

Madres, padres, docentes, directores y opinólogos añoran una disciplina castrense, normar sobre los cuerpos de estudiantes, llenar sus cabecitas y memoria con datos infinitos, y asegurar respuestas acordes con los valores y creencias que abrazan, sin importar la opinión de las niñas, niños, adolescentes y jóvenes, sintiendo que los derechos de las infancias se lo impiden.

Ignoran ellas y ellos que los tiempos actuales y las lecciones de la historia, requieren formar ciudadanos con un sentido moral autónomo (más allá del castigo y de la legislación), con pensamiento crítico, que los datos están ahora en el ciberespacio, y se requieren otras competencias para analizarlos. Ignoran que la construcción de una democracia demanda ciudadanas y ciudadanos que conozcan sus derechos y respeten los otros, y que en los “otros” están también incluidos madres, docentes, directores y opinólogos. Ignoran que la libertad de opinión no es carta blanca para la injuria, y que la violencia no debe ser tolerada. Desconocen que las viejas formas ya no funcionan en un nuevo mundo, y que retroceder sería ir a ningún lugar y caer al abismo.

Ignoran, porque el aparato estatal y la tecnocracia educativa no han hecho lo suficiente para comunicarlo, formar docentes y escuchar a padres y madres.

Ignoran sobre todo gracias a la eficiencia de la difusión de noticias falsas y alarmistas que manipulan y profundizan sus temores y odios. La “homosexualización” y “perversión” de estudiantes, el “terrorismo” en los textos, los “despidos masivos” por la reforma magisterial, las “carreras truncadas” por la ley universitaria, son discursos construidos y difundidos para mantener a estos importantes actores de la población en contra de los impulsos de modernización educativa.

Quienes ejercen esta manipulación, obtienen réditos por los temores e ignorancia de estos actores, y tienen intereses económicos y de toma de poder, a costa del presente y del futuro de niñas, niños, adolescentes y del país.

Observar los materiales educativos para ejercer censura sobre temas como educación sexual, memoria histórica, interpretación sesgada de información científica (que puede incluir la actual pandemia), además de generar un retraso en la producción y distribución de los mismos, de comprometer a decenas de elaboradores profesionales, podría terminar condenando a una generación a estar más expuesta a la violencia, especialmente sexual, a ser personas más conflictivas, reproducir otras violencias, incluyendo tomar las armas, a negar los actuales impactos ambientales, y a contraer diversas enfermedades, al negárseles información esencial para su formación como personas.

Imaginemos en la vejez acudir a un médico formado en la ignorancia desde la escuela, y que nos niegue todo tratamiento médico basado en sus creencias, sin considerar nuestras necesidades y demandas, y que además nos trate basado en sus propios prejuicios, pues no existió una convivencia escolar democrática que le enseñara formas no discriminadoras de relacionarse.

Tal vez, ese médico además estudió la carrera en el garaje de una casa o practicó en los altos de un chifa, gracias a que se les dio una segunda oportunidad a las universidades que no alcanzaron un estándar mínimo para su licenciamiento, y que luego los estándares fueran vigilados por los propios dueños y rectores de aquellas universidades bamba.

Si tan solo este médico del futuro hubiera tenido un/a maestro/a de escuela bien formado, que le enseñara en su lengua materna, y no alguien que ascendió por acumular años en un asiento… pero también se extinguió la reforma magisterial.

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Estamos a tiempo para defender como ciudadanía universidades de calidad, una educación sexual integral, una formación ciudadana con convivencia escolar democrática y respeto ambiental, una carrera magisterial más justa, pero a la vez exigente, educación intercultural para todas y todos y educación intercultural bilingüe para pueblos originarios e indígenas. 

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