¿Es la salud la ausencia de enfermedad? Pues no. Es algo más, así como la paz no es solo ausencia de guerra, ambos conceptos engloban una idea más amplia de bienestar. De hecho, la Organización Mundial de la Salud define la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.
Y aquí aparecen tres cualidades,
que en el abordaje sanitario y de lo público pasan a convertirse en
compartimentos: lo físico, lo “mental” y lo social.
Entrecomillo la palabra “mental”
porque en el mejor de los casos existe un debate abierto sobre el término, y porque
según qué corriente epistémica y teórica sigamos, se puede afirmar con
facilidad que es un término desfasado: Algunos dirán que la unidad de análisis
es la conducta, otros que el inconsciente, hay quienes prefieren referirse a
las percepciones o a las emociones y los afectos, o al trinomio
pensamiento-emoción-conducta... Lo cierto es que todo aquello que nos sucede y
que atribuimos a lo “mental”, nos sucede en la totalidad de nuestro ser, y no
de nuestra “mente” o ¿cerebro?, o ¿sistema nervioso?, ¿estaría en cada neurona
o en las sinapsis?, ¿en todas?, ¿en cuáles?... ¿cuál es el límite con lo físico
y lo social?, ¿existe dicho límite? …
No es el objetivo de este texto
brindar una nueva definición o dar el necesario debate filosófico y teórico de
qué entendemos por lo “mental”. Pero abrir las puertas y ventanas a toda resignificación
posible de esta palabra permitirá usarla en las siguientes líneas para hablar
sobre “salud mental” y descifrar qué quiso decir el presidente Vizcarra el
pasado 28 de julio al decir que la iba a priorizar.
Recordemos que dijo al respecto,
los subrayados son propios:
La salud
mental había sido olvidada por el Estado pese a ser clave para el equilibrio emocional, psicológico, social y el bienestar
del ser humano. La pandemia ha dejado como efecto una mayor incidencia en la
ansiedad y el estrés de los ciudadanos.
Estamos
implementando un modelo de atención de salud mental comunitaria que
amplía la cobertura de servicios. Asimismo, hemos incrementado a 154 los
Centros de Salud Mental Comunitaria, donde brindamos tratamientos para
trastornos emocionales y de conducta en
niñas, niños y adolescentes y adultos.
Por un lado, es interesante
resaltar nuevamente como dentro del concepto de “salud mental” caben
perfectamente términos como: “emocional”, “psicológico”, “social”, “bienestar”,
“trastornos” y “conducta”. Ello demuestra que nos seguimos moviendo en un
terreno sin consensuar sobre qué es lo que contiene ese gran cajón de lo “mental”
y de la “salud mental”, no solo en lo técnico o teórico, sino sobre todo en
nuestros imaginarios.
Del otro lado, el presidente en
su discurso, al citar la salud, inevitablemente se refiere a la enfermedad,
citando dos conceptos explícitamente: “ansiedad” y “estrés”, y de manera más
general: “trastornos”. ¿Cuál es la definición que se tiene de estos términos?
Posiblemente las personas y funcionarios del Ministerio de Salud que ayudaron
con su discurso podrán explicarlo, preferiré no entrar en la especulación hasta
que salga la norma técnica respectiva.
La reflexión a la que les invito
es sobre la necesidad de enunciar la enfermedad al hablar de “salud mental”. La
preocupación por la “salud mental” surge ante la constatación o amenaza de su
“equilibrio”, es decir, de la enfermedad.
Establecimos al inicio que la
salud no es la ausencia de enfermedad, por lo tanto, la preocupación por la
“salud mental” debiera ir más allá, y buscar el bienestar integral.
Establezcamos ahora lo siguiente:
no todas las personas van a desarrollar un trastorno o enfermedad “mental”,
pero sí casi todas las personas podemos sentir reducida nuestra sensación de
bienestar emocional, mental, etc. Muchas personas están elaborando o van a
elaborar procesos de duelo, otras enfrentan situaciones reales de pobreza,
hacinamiento, hambre, segregación, violencia y abandono. Todo ello afecta lo
que podamos entender como “salud mental” sin constituir una enfermedad o
trastorno; y en algunas no será posible mejorar su “salud mental” sin enfrentar
las situaciones reales y tangibles de violencia, pobreza y exclusión… o al
menos, no sería ético.
Lo que nos lleva a preguntarnos,
¿quién(es) y bajo qué parámetros definirán cuando una persona se encuentre con
alguna “enfermedad mental”?
Mundialmente, existen dos
manuales de diagnóstico preponderantes (diría hegemónicos) en esto que
denominamos “salud mental”, uno médico, que incluye el total de enfermedades
(CIE) y otro desde las psiquiatrías y psicologías clínicas (DSM), que se
actualizan cada cierto tiempo. Por ejemplo, la homosexualidad era antes
considerada una “enfermedad mental” y ahora ya no, pero en el camino se
justificaron encierros y medicaciones a personas que hoy sabemos no
tenían un problema de “salud mental”.
Estos dos manuales tienen una
validación internacional, pero con un claro sesgo occidental, de modernidad y quienes
participan en su final edición, tienen un lugar en las relaciones de poder del
mundo de la medicina, la farmacéutica y desde la geopolítica… no he visto las
fotos de los autores, pero intuyo una mayoría de hombres blancos y mayores.
No pongo con ello en tela de
juicio el esfuerzo técnico y científico en su elaboración. Solamente trato de
situarlos en un mapa del poder, y recordar la función de los profesionales de
la “salud mental” en el mundo; que es delimitar la salud y la enfermedad, y proponer
qué hacer con los “enfermos”. Es decir, una forma de clasificar y tratar a las
personas según dicha clasificación, que muchas veces desde la sociedad recae en
la generación de estigmas.
¿Correr detrás de la comitiva del
presidente es una conducta “sana” o “normal”? Seguramente no lo es, pero nadie
piensa que la señora que lo hizo en Arequipa lo haya hecho por un problema en
su “salud mental”, sino por la desesperación, por el momento atípico, por la
crisis. Una respuesta a una situación “anormal” es difícil de clasificar como
“sana” o “insana” porque no hay una respuesta esperada para estos momentos. Sin
embargo, aunque la señora no merezca un diagnóstico de “enfermedad mental”, tal
vez si requiera con todo lo sufrido un apoyo para la mejora de su “salud
mental”, como un estado de sensación de bienestar, acompañado integralmente de
un apoyo tangible en las condiciones materiales que afronta.
¿Esto último es lo que harán los
centros de salud mental comunitarios anunciados por el presidente? Comparto
algunas interrogantes:
¿En qué consistirá lo “comunitario”? ¿Echarán mano de la psicología social, la comunitaria, la psicología de la liberación, psicoterapias grupales, del arte, saberes ancestrales indígenas y afroperuanos, y otras vertientes para generar espacios donde los vínculos se fortalezcan y promover el bienestar?, o ¿lo comunitario radicará solamente en la forma de acercarse a la población para luego aplicar instrumentos de diagnóstico y finalmente aplicar un tratamiento farmacológico estándar?, ¿cuál será el peso del tratamiento farmacológico con una legislación que limita la actuación del profesional no médico (psicólogos)?, ¿cómo será el abordaje en zonas rurales donde el personal sanitario son solo técnicos y licenciados en enfermería?
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Shinji comprendió al final de Evangelion que existimos en comunidad, ¿nosotros lo entedemos? Desarrollaré esta idea en otro posterior título |
Esta es una oportunidad para
mirar realmente el bienestar como algo integral y comunitario, e ir dejando de
lado en el imaginario social y en las políticas públicas que la “salud mental”
es algo individual, que les pasa a ciertas personas por su genética o condiciones,
casi culpándolas, y empezar una mirada más relacional, donde nuestra
convivencia nos brinde esa sensación de bienestar que anhelamos, quizás
entonces tengamos una mejor definición de lo que es y lo que debería ser la
“salud mental”.
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