La Batalla no es legal.
Hace más de una década que el racismo
es un delito en el Perú, pero solo hay una sentencia.
El aborto terapéutico está contemplado
en nuestra legislación hace medio siglo, pero se lo siguen negando a cientos de
mujeres, niñas y adolescentes.
Este es un país donde la norma social vale más que
la legal.
Han pasado apenas unos meses de la sentencia del
Tribunal Constitucional que determina la implementación plena del Currículo, y no
solo estamos frente a una nueva arremetida contra el enfoque de género desde la
Comisión de Educación del Congreso, sino que en términos de apropiación del
enfoque poco o nada se ha avanzado en tres años de la aprobación del Currículo.
Cada vez creo más que la apuesta por una mirada
binaria del género ha traído al sector educación más complicaciones que el
consenso que pretendía alcanzar.
El Currículo presenta una definición de género bastante
académica, pero no logra explicar sin la mediación de un interlocutor, la forma
en que la expresión de lo masculino y lo femenino cambia con el tiempo y la
cultura desde una perspectiva binaria.
Es ahí donde el lector conservador no acepta la
posibilidad de una expresión de lo masculino socialmente aceptada en su tiempo
y cultura actual, y rechaza la sola posibilidad de la existencia de diversas
formas de ser hombre. Este rechazo tiene como trasfondo el considerar que todo
lo que esté por fuera de lo que concibe como masculino es una expresión
homosexual, y que la homosexualidad es algo malo, punible, aberrante, merecedor
de un castigo como si de un delito se tratara.
Refugiarse en una visión binaria del género es
aceptar implícitamente que eso es cierto, y que la homosexualidad debe
evitarse, rechazarse y erradicarse.
Ese es el entrampamiento del que no logramos salir.
Cuando se niega que la educación promueve la homosexualidad,
dos argumentos de defensa debería aparecer. El primero que no se puede promover
la homosexualidad porque es innata; y el segundo, que, aunque así fuera, no
sería algo malo en sí mismo. Nos hemos quedado a la mitad en la primera argumentación,
pero no se usa la segunda. Pregunto: si alguien acusara al Currículo promover que
los estudiantes sean chefs o ingenieros, ¿habría la misma reacción negativa?,
¿por qué?, por la idea instalada de que la homosexualidad es mala.
Ese es el imaginario sobre el que hay que dar la
batalla cara a cara, no en los medios, ni en las redes sociales. Debemos abrir
el debate en casa, en el trabajo, con vecinos y amigos, pero sobre todo es necesario
abrir el debate con docentes. En una jornada con treinta maestros no se
convencerá a todos, quizá menos de la mitad inicie ese día un cambio en su
manera de ver el problema, pero entonces se habrá avanzado un poco, y otro
debate se sumarán diez más.
Hasta ahora no se han desenmascarado los intereses
de los grupos contrarios al Currículo, en cambio es fácil achacar al Minedu una
serie de intenciones ocultas, pues el conspiracionismo del estado ha sido
siempre un tema preferido en el magisterio, especialmente en el magisterio
sindicalizado. Por ello se debe hablar frontalmente de ello.
Abrir el debate implica prepararnos conceptual y
actitudinalmente para ello, pues no es una práctica común en el país.
Precisamente por no ser una práctica y seguir de manera acrítica es que
seguimos repitiendo la historia sin progresar. Deben darse cuantos debates sean
necesarios para ir transformando el imaginario, poco a poco en cada oportunidad
que se presente. Es allí donde está la verdadera batalla, y lo que está en
juego no es una norma, sino el derecho de niñas, niños y adolescentes a crecer
libres de violencia y vivir la escuela sin dolor.
Comentarios