La población de personas adultas mayores ha venido creciendo
en el país los últimos años al extenderse la esperanza de vida, y junto con
dicho fenómeno ha cobrado notoriedad la situación de abandono y maltrato que
sufren muchas de estas personas.
Al ver a un adulto mayor en situación de calle, la mayoría
de las personas culpa y etiqueta a los hijos de manera inmediata. Yo no.
Cuando yo veo a una persona adulta mayor en abandono,
primero me pregunto si acaso tendrá hijos vivos o en el país y, en segundo
lugar, me pregunto como habrá sido como padre o madre.
Recuerdo entonces los casos de violencia y maltrato infantil
que he conocido y atendido, y me pregunto qué actitud tendrán esos niños y
niñas en 30 o 50 años más, cuando sus padres/violentadores no puedan valerse
por sí mismos. Pero la sociedad les obliga a cuidar de sus agresores, sin
importar cómo es que lograron sobrevivir.
Me explico con un par de situaciones:
Su padre biológico y de crianza abusó de ella desde los 10 hasta los 14 años. Cuando se lo dijo a su madre, esta la culpó y la entregó a un señor de más de treinta, cuando ella tenía 15. Sin terminar la secundaria, y con un hijo, logró escapar a otra ciudad a los veintitantos, recursándose para sobrevivir. Nunca denunció lo sucedido a la policía por temor, ignorancia y falta de apoyo. Tampoco le interesa ahora porque no quiere saber nada de sus padres, solo salir adelante. ¿La imaginan regresando a su lugar natal para cuidar de su violador? Tal vez tenga un corazón grande y lo haga, pero de lo contrario no debiera ser obligada o juzgada.
Al evaluarlo era claro un retraso en su desarrollo cognitivo para sus siete años. Lo que iba a tomar tiempo y otras evaluaciones era determinar cuánto le habían afectado los periodos de aislamiento y sin comida, y en especial las sumergidas cabeza abajo en el pozo de ladrillos con agua fría al que lo sometía su madre desde los cinco años. Lo que más quería el niño era ir a vivir con su padre, pero éste lo rechazó. Lo último que supe de él es que la trabajadora social logró que su abuela materna se hiciera cargo de él cuando cumplió 10 años. Seguramente de grande cuidará hasta el final de su abuela, su actitud con sus maltratadores (padre y madre) por tortura y negligencia, dependerá de cómo procese lo vivido.
Hasta hace unas décadas nos parecería normal y hasta
correcto para “salvar la honra” que una mujer, incluso menor, fuera obligada a
casarse con su violador. De la misma manera hoy se asume que los hijos deben
cuidar y atender de manera obligatoria a quien arruinó su infancia. Algunos con
mejores recursos económicos lo resolverán pagando un servicio, otros pondrán
distancia geográfica al mudarse o migrar. Otros con menos recursos elegirán
entre el señalamiento de la sociedad, dejárselo a sus hermanos, o hacerse
cargo. Posiblemente la mayoría opte por lo último.
Si la única forma en que ese padre o madre se relacionó con
su hijo fue con violencia, ¿nos ha de extrañar que ellos continúen con esa
relación violenta ahora que la relación de poder se ha invertido?
Hasta el día de hoy el Estado no es capaz de proteger a
niños, niñas y adolescentes de la violencia ejercida por sus padres, pese a que
ya se cuenta con marcos normativos e instituciones responsables. Si no pudo
proteger a un menor hace diez o veinte años, ¿cómo pretende exigir en cincuenta
años más que esa persona, sobreviviente al abuso, se haga cargo de su
violentador?
El amor no es obligatorio, ni forzado por decreto.
Aún así, ese agresor tiene derecho a la protección que le
negó a sus hijos. Pero no son los hijos los responsables de brindársela, sino la
sociedad a través del Estado, y para ello hay que preparar políticas públicas
solventes, que garanticen el derecho de las personas adultas mayores sin
revictimizar a quienes de niños sufrieron alguna violencia.
Comentarios