Vivir la Escuela Sin Dolor
Le obligaron a ponerse un vestido y pasear con un cartel
por el colegio como castigo por parecer gay. No fueron sus compañeros, fue su
profesor. El maestro fue denunciado, pero no recibió sanción alguna por este
hecho.
“Todas las alumnas que representaron a los Back Street
Boys y sus fans en la actuación escolar deben pasar por psicología y colocar
junto a motivo de atención la letra L”, fue la indicación del director de un
colegio de mujeres.
Cada vez que el profesor entra al salón todos
gritan “sau” y se ríen. Una vez antes de su clase llenaron la pizarra con
bromas sobre su supuesta orientación sexual y su origen amazónico.
“Eso siempre ha existido y no ha pasado nada”,
responden quienes minimizan el acoso escolar y la violencia entre pares. Lo
minimizan sea porque han sido agresores o porque es el mecanismo de defensa que
les ha funcionado para sobrevivir.
Pero no todos sobrevivieron. Y entre quienes
sobrevivieron, no todos lo superaron o la pasan bien.
Hay quienes quisieron abandonar o abandonaron la
escuela, quienes intentaron suicidarse o se suicidaron, quienes recuerdan con
dolor esa etapa o prefieren no recordar, quienes contrajeron una ITS o VIH,
quienes fueron expulsados de sus casas o escuelas, quienes no pudieron concluir
una profesión, quienes se vieron obligados a ejercer la prostitución. Hay
quienes tuvieron trayectorias de vida difíciles o truncas, que tuvieron como
origen la etapa escolar.
Elegí tres testimonios, mitad al azar, mitad
cuidando de no cometer una infidencia o sacada involuntaria del closet. También
estos tres testimonios tienen en común que a nadie le constaba que esas
personas fueran gays, lesbianas o trans. Simplemente lo asumieron porque alguna
conducta, forma de vestir, de hablar o de caminar no les pareció lo
suficientemente masculino o femenino.
La lección es clara. El problema no es serlo, sino
parecerlo. Así es como construimos esa cárcel imaginaria llamada “closet” y
encerramos durante la adolescencia (o antes) a quienes juzgamos diferentes. Pero
esa no es la única consecuencia, ni la peor.
Las etiquetas que colocamos sustentan y justifican
formas de violencia y discriminación. No son bromas, no es agarrar de punto o
simple bullying. Es una violencia que sostiene la situación de desigualdad y la
negación de derechos a personas por no cumplir el estándar esperado por la
sociedad de lo que implica ser hombre y mujer. Es parte de la cultura y del
sistema escolar, permitida, y muchas veces institucionalizada.
Bajo este sistema de violencia está bien meterle la
mano al afeminado porque se lo buscó; es necesario violar a la machona en el
viaje de promo para que aprenda, se justifica destruir las pertenencias del flacuchento
porque seguro que es gay, y se lo merece. Por eso el profesor no castiga a los
alumnos que lo insultan por seguir soltero a los cuarenta. Por eso ninguna
maestra se da por enterada cuando toman entre dos a la supuesta marimacha para
manosearla. Por eso ignoran las burlas que interrumpen las clases, y el más
empático de los maestros solo acierta a citar al adolescente violentado durante
el recreo para enseñarle a ser hombre, porque seguro su padre no supo hacerlo,
porque ser gay es malo, pero parecerlo es peor.
Todas estas representaciones no ocurrieron en una
escuela o en una década. Ocurren en todas las aulas, todos los patios y todas
las puertas de todas las escuelas desde que tenemos memoria, sin importar
nuestra edad.
No son anécdotas ni casos aislados, es un sistema
basado en la violencia que busca acabar con todo lo que sea diferente. Es un
sistema que forma a unos para ocultar (incluso a sí mismos) su identidad, y a
otros para controlar las expresiones a través de la violencia, abusando del que
es distinto.
La discriminación y la violencia contra estudiante
con una orientación o identidad sexual diferente es parte del currículo oculto
de nuestras escuelas, al igual que el racismo, la discriminación a personas con
discapacidad y el sexismo contra las mujeres, que son igualmente tolerados,
aunque cada vez menos. En las últimas décadas se ha construido un sentido común,
acompañado de políticas, normas educativas y un currículo que condena explícitamente
estas formas de discriminación en la escuela. Sin embargo, el actual Proyecto Educativo
Nacional y el Currículo Nacional de Educación Básica aún no son capaces de
enunciarse contra esta práctica, pese a que el currículo ha sido señalado de lo
contrario.
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