Desatorar(me)

Sol, vino, papel, lapicero y un gatito para la inspiración.
Hace mucho que no escribo así, con dedicación e intención.
Escribir es una parte esencial de mí, que me acompaña desde que hacía garabatos con crayolas hasta tener mi propia laptop. Escribir es lo mío. No porque sea excepcionalmente buena haciéndolo. De hecho, me considero más bien mediocre, con ocasionales fallas gramaticales, muletillas y otros vicios. Es lo mío porque soy yo misma al escribir.
El estado de meditación que puedo alcanzar al escribir solo es superado por el que logro al nadar. En el agua mi concentración está en respirar y hacerme uno con el líquido que me contiene. Escribiendo, e mi mano la que canaliza mi concentración. Por eso, aunque a mi amigo Paul le parecía ocioso, siempre escribo primero en una libreta, y al transcribir a Word (el blog o el face) hago las correcciones formales para publicar.
¿A qué viene todo esto? A que estoy profunda y gravemente oxidada.
No sé en qué momento perdí el hábito de escribir semanal o quincenalmente, y las ganas de transmitir algo se redujeron a un posteo con o sin fondo en Facebook.
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Una nube tapa el sol, levanto la vista y observo por mi ventana a hinchas disfrazados de Perú dirigiéndose al Estadio, mientras algunas bubucelas interrumpen a INXS en el CD-player. Requiero una segunda copa de vino...
Quisiera escribir sobre la gran cortina de humo que es hoy en día el fútbol. Este funciona no como opio, sino como crack, una de las drogas más tóxicas, para el pueblo.
Hay temas más importantes, pienso. Pero no logro decidirme por uno. Es como si hubiera un embotellamiento de aquellos en mi cabeza.
Escojan el cruce de avenidas que crean más espeluznante en hora punta, e imaginen a un trailer sobre las disputas simbólicas que hoy presenciamos sobre democracias y violencias. Le toca el claxon la Memoria del Conflicto Armado Interno mientras recuerdo la entrevista a JC Agüero en La República. Dando dos golpes en su puerta sacando la mano por la ventana, una combi exige pasar aduciendo que trae varias mujeres agonizantes atrás, carga los temas de las disputas sobre el Feminicidio, la Violencia Sexual y el Enfoque de Género en el Currículo. “¡Necesito pasar!” grita, y me muestra el último conversatorio de la Red Florecer al que asistí, al respecto. El Currículo no se ha dado cuenta que al tratar pasar le cerró el paso al taxi de la diversidad sexual, el tío (¿o tía?, digamos tix) se achora, baja del taxi y le dice a la combi: “Yo llevo una vida atorada acá y tú me cierras”. El taxi lleva seis pasajeros: dos adelante y cuatro atrás, y la maletera ocupada con una corona de flores multicolor. En la combi hay gente agonizando, pero en mi taxi cuento al menos dos muertos.
Una señora de rasgos afroperuanos y su esposo asháninka se me acercan. (Parece que soy la policía de tránsito en esta metáfora). Me recuerdan que están hace rato esperando allá atrás, que yo siempre he apoyado los temas de discriminación racial y que por favor les deje pasar, y me señalan la mototaxi en la que vienen.
Intento organizar los temas, pero ahora el trailer ya no es el problema, sino que acaban de tomar la pista el Paro del Sur Andino. “Nadie nos escucha, hemos venido hasta acá para que leas bien qué está pasando con nosotros y escribas”. En sus carteles reclaman sobre el alza a los impuestos y la eterna postergación a las regiones. Detrás de ellos están los Damnificados de El Niño Costero disputando el sitio a los del Friaje de Cada Año, y del Terremoto de hace más de Diez Años. Miro más atrás, y veo un niño manchado en petróleo: “A mi mamá la violaron a los 13 años y mi abuelo tiene VIH”. Me toca el claxon el taxi LGTBI. Lo miro y le pido que no me recuerde que a ellos también los vienen matando.
“Es el sistema” me recuerda el cusqueño mientras va colocando piedras, la combi sigue gritando y el del trailer improvisa una performance en su interior. Les digo que todos serán atendidos, que no hay uno más o menos importante para mí. Que solo necesito ordenarme.
Y eso haré.

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