Entre la depre y la indignación

Justo cuando quería… No: Necesitaba darme por vencida. Cuando hasta mi cuerpo somatizaba ese cansancio acumulado de desamores, desdenes y batallas perdidas. Cuando acariciaba la idea de simplemente dejarme caer, la historia, los derechos, NO: el maldito imbécil genocida de García y su amante política Keiko vienen a joder y a no dejarla a una deprimirse en paz-

Y es que cómo me voy a poder deprimir cuando los familiares que llevan dieciocho, veinte, veintisiete, casi treinta años clamando justicia se las vuelven a negar con procesos en marcha. Cómo encerrarme en mi misma cuando quienes siguen buscando bajo las piedras a sus hijos y esposos sufren este revés del gobierno y deben responder. Cómo rendirme cuando una nueva batalla se alza. Cómo autocompadecerme cuando mi dolor es pequeño frente a tantos dolores de mis madres, mis amigos, mi pueblo.

Así que hoy no me puedo cansar, hoy debo leer, analizar, compartir, debatir, difundir, sensibilizar y actuar. Necesito indignación y no tristeza. Fuerza y no cansancio. Decisión, y contagiarla. Una sonrisa en mis labios y fuego combatiente en mis ojos

Pero déjenme ser pesimista: Esto no va a acabar. No lo digo por los crímenes de ayer de García, de Fujimori y también de Belaunde. No lo digo por los decretos de la impunidad y la criminalización de la protesta social. Ni siquiera lo digo por la perpetuación en el poder de los asesinos y su descendencia biológica y política. Esto no va a acabar por los crímenes de hoy por las muertes de Cusco, Bagua y tantas más, por las muertes violentas que nos enfurecen y las muertes lentas de frío y de hambre. Quienes nos hemos metido en algún momento a esta lucha debemos ser conscientes que esto no va a acabar, que no importa quien gane las municipales o las presidenciales, moriremos antes de ver los cambios que aspiramos. Porque hace mucho que en el Perú (y el mundo) son los poderes fácticos, las transnacionales y los militares quienes gobiernan, y la democracia no llega a ser plena.

Moriremos sin que esto acabe, y esa es la mayor razón para no cesar; porque la única manera de que las muertes y la impunidad de hoy y siempre acaben es que ninguno baje la guardia, que todos y cada uno permanezcan firmes en su trinchera y que cada uno seamos cada día uno más, hasta llegar a ser todos, que no falte nadie, ni siquiera el hijo del asesino que deberá aprender a repudiar los actos de su padre.

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