La navidad no sirve [y el amigo secreto es tu enemigo]

(pas de deux con Carlos Chavarry - comunicador y amigo de la maestria de socio-sanmarcos)

¿Alguna vez se han puesto a pensar que la navidad es excluyente? Es decir, que no todos estamos dispuestos a vivirla de la misma forma. Y cuando decimos dispuestos no es porque no compartamos las mismas creencias religiosas –al fin y al cabo, todos queremos ser eternos–, sino porque todo el mundo no puede sentir igual. Hay datos científicos: un investigador español acaba de señalar que la navidad no sirve para todo el mundo: los melancólicos, los introvertidos y los que acaban de perder a una persona –su madre o su esposa– simplemente no pueden sentir la navidad como la publicidad manda. Es más, estas fechas clave sirven para exacerbar sus tristezas: todos están felices, menos tú. Y por si fuera poco, es en estos días donde las tensiones y los desencuentros familiares se agravan más. Lo dicen las estadísticas: la cifra más alta de divorcios en todo el año ocurre después de navidad. Y también la de suicidios. La muerte como colofón de una navidad. O sobredosis de Prozac para no desentonar con la decoración de luces y guirnaldas.

Pero más allá de estas exquisiteces, también es excluyente porque no podemos vivir la navidad como se la vive en televisión: simplemente no pertenecemos a ese mundo privilegiado que puede gastar en todo aquello que desee. La ansiedad crece y vemos cómo cualquier desempleado –en el Perú siempre hay uno en casa– se deprime por no poder llevar una botella de vino a su mesa. La impotencia también aumenta: no has podido comprar ese regalo que te pidió tu hijo o tu pareja, y te culpas por no haber podido conseguir más dinero en el trabajo. O te estresas más porque simplemente eres un jubilado o tienes que comerte la discusión a muerte de tus padres –o la tuya misma con tu esposa– por un pavo navideño. A eso hay que sumar la conspiración de la publicidad, junto con sus panetones y villancicos pegajosos.

Y es que hay ciertos detalles que nos habla de la navidad como un sistema represor y homogeneizador. ¿Cómo sobrevivir a los villancicos si no puedes comprar un rollo de papel higiénico sin que te lo pongan en la tienda o lo escuches en las llamadas de espera o porque tu vecino cree que sus luces musicales le harán más divertido el sueño? ¿O que tu empresa te haga cada vez más dependiente de ella con el discurso de la «gratificación»? ¿Y cómo puedes evadir y resistirte a celebrar la navidad si justo ese día se ha convertido en feriado? ¿Acaso alguno de los días del Hanukkah judío es feriado? Entonces o te les unes o soportas estoicamente un mes de adornos navideños, gastos, sonrisas congeladas, frases hechas y correos y postales insípidas. Hay que preguntarse: ¿Cuántos ateos y no creyentes tienen que comprar regalos a la familia y armar el nacimiento de navidad? ¿Y cuántos sin dinero nos endeudamos? ¿Cuántos pobres hacen ochenta mil colas por regalos y chocolate caliente a 30 grados en los arenales de Lima? ¿Y cuántos niños se burlarán de otros niños, tan solo al día siguiente de navidad, por no tener el mejor juguete del barrio, generando de paso –otra cifra estadística– casi el 40% de casos de trauma infantil en occidente?

Esta fiesta de idólatras consumistas, como todo ritual, tiene sus mecanismos para asegurar su práctica y perpetuación. Cualquiera que pretenda ir en contra de ella es automáticamente cuestionado o relegado, lo que lo fuerza a cambiar su conducta en nombre del «espíritu navideño». Un conocido ejemplo es el llamado «amigo secreto»: una vez que en el colegio u oficina se ha tomado la decisión de jugarlo es poco probable que alguien se pueda escapar, porque si uno se atreve a decir que no quiere jugar, inmediatamente se convierte en el Grinch, en algún oscuro personaje de Tim Burton que odia las navidades o en el viejito del cuento de Andersen que en nochebuena es visitado por tres fantasmas. Entonces no queda más remedio que jugar, y claro, ese dinero con el que bien podrías comprarle algo a alguien –o a ti mismo– tienes que invertirlo en un compañero que, en muchos casos, es un perfecto desconocido para ti. O tu peor enemigo.

Ésa es la navidad que nadie quiere ver y aceptar: la única navidad que solemos tener, la real y no la ideal. Y la verdad es que fingir nos resulta agotador. Como consuelo, nos queda saber que aún existen lugares en el mundo donde no existe la navidad, exóticos rincones donde comportarse como católico es más bien una actuación extraña. Así que el próximo 25 espero estar en Israel, India, Pakistán, China o África musulmana, y si te interesa, anótate. Tal vez consigamos un descuento al por mayor. Y lo más importante: sin tener que vivir la navidad.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
tu post sobre la navidads esta buenooo

y muy interesante



pero bue los dibujos los corte de una ilustracion que pidieron para el periodico

y una vez al anio no hace danio jijijiji



es que aca hay bastante gente de filipinas y europa e india

asi que nada hay oficial pero si comercial

no hay castillos ni luces de colores y esas cosas

pero si ofertas y demas



por otra parte el ramadan musulman tambein

es aprovechado como temporada comercial aqui

y es que, bueno, dubai es sinonimo de comercio y consumo

no les importa mucho la bandera

a mi bue tampoco

pero a qui tengo unas amistades que si

asi que armaron todo ellos en la casa, arbol, nacimiento



jajaja te cuento hablamdo del amigo secreti que un amigo que no es musulman

ni cristiano sino druso

aprovecha la ocasion para reunirse con tooodda su familia

aca se estila las megafamilias para jugar ese juego

y es qeu le llama bastante la atencion todo lo de Occidente

en relaidad el celebra todo ramadan navidad jijiji



saludosssssssssssss

Fernando Sarruñagui