Romper un corazón

Todos los años hay al menos un escándalo de infidelidad en la farándula peruana, por no decir cada estación del año, o cada mes. Ello no es exclusivo de nuestro país, ni siquiera de América Latina, Hollywood y las realezas europeas también llenan sus tabloides con eventos similares.


Algo que caracteriza estas noticias, es que regularmente no se toman el tiempo en indagar la dinámica de cada pareja, y el tipo de acuerdo que manejan. Se asume culturalmente que toda pareja debe cumplir un pacto de mutua exclusividad en las relaciones sexo-afectivas. Sin embargo, pueden existir otras formas de acuerdo con ligeras variaciones, como una mayor flexibilidad a lo sexual, mientras se mantenga separado de lo afectivo.

En cualquier caso, estos pactos implican una visión de vida en conjunto, por lo que quienes forman parte del acuerdo invierten además de tiempo y recursos, afectos, distanciándose de algunas personas e incorporando a otras en sus vidas. Cuando ya no es posible sostener el pacto, esto debe ser comunicado y finalizarlo procurando aminorar el daño. Pero nadie nos enseña cómo hacerlo.

En estos tiempos se habla de responsabilidad afectiva, pero hay más aspectos implicados.

Desde lo social, al mismo tiempo que la infidelidad ajena despierta el interés de las personas, existen estándares diferenciados para hombres y mujeres. En el caso de los hombres, no solo hay una mayor tolerancia, sino también incentivos al comportamiento infiel, que es reforzado y valorado por sus pares (y justificado por algunas mujeres). La capacidad de llevar a cabo y sostener un engaño con éxito es valorada, recordemos los casos de los expresidentes García y Vizcarra, por ejemplo. Mientras que el arrepentimiento o el exceso de escrúpulos pueden ser motivo de burla, como le sucedió al candidato Guzmán, hoy desaparecido de la escena política y pública.

La misma conducta en una mujer es sancionada, incluso por sus pares, por lo que procurará ocultarlo hasta de sus círculos cercanos, al contrario del hombre que lo relatará cual hazaña. Incluso cuando ambos cayeran en el mismo comportamiento, la celebración, los chistes (y memes) giran en torno al hombre u hombres implicados.

Esto genera en lo individual y emocional dificultades diferenciadas para admitir una ruptura del pacto, o solicitar el fin de la relación. Ello se complejiza con otra diferencia de género, en la forma en que nos forman a hombres y mujeres para enfrentar las relaciones sexuales o coito. Mientras al hombre se le alienta a separarlo del vínculo afectivo, a la mujer se le adoctrina para que coito y afecto sean indivisibles. No todas las personas responden a este mandato, que en realidad es algo extremista, pero es un factor en la ecuación.

Las formas de iniciar y terminar una relación se aprenden por ensayo y error, pero también a través de lo que observamos en un entorno cercano, y en los diversos productos artísticos y culturales, desde poemas y canciones, hasta (y sobre todo) telenovelas. Estos modelos no son sanos por su propia naturaleza, a veces catártica para el artista y/o con fines de lucro, como las últimas entregas de Shakira que combinan ambas motivaciones.

Terminar una relación, o pedir un cambio en el acuerdo de la misma genera ansiedad, y muchas personas responden de manera evitativa a la ansiedad. Esto hace que sea emocionalmente más sencillo callar los problemas en una relación, que abordarlos. Pero incluso al abordarlos, la tendencia será a dramatizar, copiando los ejemplos de los productos culturales que consumimos, incluyendo los escándalos mediáticos de la farándula.

Eso desde el lado de quien comete la infidelidad, pero del otro lado, de quien ve cómo la otra persona rompe el pacto, hay multiplicidad de impactos y reacciones.

Tanto si hay una ruptura deliberada del pacto, como si hay una negativa a pactar (salientes eternos, pero nunca pareja), esa evasión impide a la otra persona organizar su vida presente y su proyección a futuro. Por eso, algunas prefieren pasar por alto la infidelidad, así no tienen que empezar de cero la inversión afectiva y de tiempo, en especial cuando hay bienes materiales o hijos producto de la relación. Otras personas lo pueden tomar como una carta blanca para devolver con la misma moneda, y otras más iniciarán un proceso de ruptura de la relación, que puede ser más o menos violento. Incluso, pueden combinar las tres reacciones al mismo tiempo o en secuencias desordenadas y variadas. Las menos encaran el problema de fondo y encuentran una solución conjunta.

No hay una única forma o una forma “saludable” de responder, como no la hay frente a otras violencias.

Sí, aquí se sostiene que la infidelidad, en tanto ruptura unilateral de un acuerdo explícito o tácito es una forma de violencia, incluso si no hay intención de causar daño, porque el resultado precisamente es un daño emocional a la persona. El famoso corazón roto. Es una forma de violencia psicológica, que también puede implicar violencia económica, y eventualmente desprotección hacia niños y niñas, hijos de la pareja.

Como forma de violencia puede ser respuesta a una violencia previa, y también desencadenar una respuesta violenta. Muchas veces lo que logramos ver es esta respuesta o reacción violenta descontextualizada, y que es considerada exagerada porque socialmente la infidelidad no es considerada como una agresión, es un hecho moralmente repudiado, pero no del todo sancionado debido al doble rasero con que se mide si es perpetrado por un hombre. Mientras que, si la mujer comete la infidelidad como respuesta a una agresión o problema pre-existente, este será ignorado o ninguneado por el entorno al momento de juzgarla.

La interpretación de lo que es una relación y sus límites es tan variada como cada persona, depende de su historia de vida, sus parámetros morales, de los modelos y opiniones de su entorno, y de los productos culturales consumidos.

Normalicemos aclarar el tipo de relación que queremos con la otra persona, qué se puede o no hacer, si tendrá caducidad, razones de ruptura, hasta donde se piensa llegar, o incluso si no se tiene claridad sobre lo que se quiere, colocarlo sobre la mesa.

 

 

 

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