Muchedumbre Vs. Trepadores y la banalidad del mal


La conflictividad en Perú sigue su escalada violenta. Acá revisamos tres aportes clásicos, aunque existen revisiones y versiones más modernas y contemporáneas para explicar la psicología o el comportamiento de los diversos actores en conflicto. Es necesario evidenciar que desde hace casi un siglo existe el conocimiento científico necesario para comprender lo que sucede y desmitificar a quienes contando con estudios y/o asesores afirman “no comprender” o  a quienes sugieren que esto es torpeza, cuando en el mejor de los casos es negligencia

Las masas de Le Bon:

De las tres es la teoría que ha envejecido peor, especialmente por su clasificación de las masas que emplea una acepción hoy caduca de “raza” y por la sobrevaloración del liderazgo.

Lo que sigue vigente es el carácter emocional y reactivo de las muchedumbres, algo que se puede aplicar a los fenómenos en redes sociales, donde se da un comportamiento de multitudes, aunque no estén en un espacio físico determinado. Le Bon al igual que la mayoría de limeños y las autoridades le tenían temor a las masas y por eso propone estrategias para controlarlas que parten de la emotividad, la comunicación en forma de imágenes y de “rumor”. 

Quien difunde la imagen y el rumor no es un líder claramente identificable, sino que es un círculo al interior de la misma masa. No se trata de un sujeto ideologizado, ni Hitler, ni Mussolini. Se trata de varias colectividades que ejercen liderazgos simultáneos con un mínimo de coordinación. Serían grupos y personas con intereses específicos que esparcen una idea o un rumor y guían a la masa a la toma de un aeropuerto, una empresa o el linchamiento de un policía. Pero no hay una relación líder – seguidor en su concepción más clásica, por eso más allá de los desmanes la protesta continúa. 

Las imágenes de otros compatriotas siendo asesinados y el “rumor” basado en experiencia previa que desde el aeropuerto vienen a ejecutar la masacre. La experiencia y las imágenes son el principal referente de actuación de la masa, y hasta el momento la comunicación oficial se maneja entre los extremos de infantilizarlos y terruquearlos, sin buscar empatía para convertirse en quien los controle como sugería en 1930 Le Bon. No les interesa controlar la masa, sino someterla.

La banalidad del mal de Arendt:

Hannah Arendt entrevistó hondamente a un oficial nazi para comprender la deshumanización y desensibilización que hizo posible uno de los mayores crímenes de la historia.

Encontró que más que trastornos individuales, lo que ocurrió fue un fenómeno psicosocial producto de la presión social y jerárquica al que fueron sometidos los militares nazis. Precisamente señala que no se encontraba frente a algún “genio del mal”, sino ante alguien que sin mayor reflexión se convencía a sí mismo y ejecutaba las torturas sin disfrutar necesariamente de ellas, sino como parte de una colectividad. Diversos experimentos de psicología social luego validarían la teoría de Arendt.

Así entendemos el disparar al cuerpo, a mansalva de los efectivos policiales, convencidos a sí mismos con una narrativa circular y autorreferencial de que es su deber, de que los otros son peligrosos, o perdiendo la capacidad crítica frente a la orden de convertirse en francotiradores contra la población. Por eso, aunque la familia del policía asesinado esté en contra de la actual presidenta, probablemente él no pudo desarrollar un pensamiento crítico y una objeción de conciencia, y al carecer de una estrategia de diálogo y control de masas por parte de sus superiores, terminó siendo lamentable víctima de la turba enardecida. Sus superiores además pudieron prever y brindarle mayor resguardo. Sus superiores conocen a Arendt y Le Bon, los estudiaban también en La Escuela de las Américas.

¿Estarán en esta misma enajenación los ministros que no renuncian o dilataron su renuncia? Tal vez, pero quienes tienen la máxima capacidad de decisión más bien se encontrarían en:

Las teorías psicológicas de personalidad:

Los estudios de liderazgo y personalidad se centraron en un inicio en grandes personajes como Hitler, Mussolini, entre otros. Una corriente tiende a patologizarlos, y en su versión moderna encuentran una disfunción neurológica que limita su capacidad de establecer empatía. Las corrientes que sostienen patologías en estos personajes son a la vez claras en determinar la plena conciencia de sus actos, es decir no actúan en medio de una alucinación, sino conscientes de la realidad, pero desde una perspectiva distorsionada de la misma.

Se describe a los dictadores desde personalidades narcisistas, que buscan la autocomplacencia y rasgos sociopáticos, de ausencia de empatía y sentimiento de culpa. Estadísticamente los rasgos sociopáticos aparecen más en hombres que en mujeres, y en estas aparecen atenuados. Algo parecido a lo que señala hoy en día el psicólogo Pinuel como trepadores: “El trepa de oficina, que es un personaje característico de esta triada oscura de las personalidades psicopáticas y en esta triada estamos hablando de entre el 10 y 13% de la población; psicópatas que están en nuestra sociedad perfectamente aclimatados a ella y no por ello son menos peligrosos y menos inquietantes, porque sus actuaciones son tan perversas como las que más. Son tu jefe, son tu compañero de trabajo o puede ser tu pareja (..) Y estos personajes no se diferencian en nada de nosotros, incluso tienen un aspecto exterior estupendo, magnífico, una imagen pública impecable” (Entrevista a Pinuel)

Nuestras autoridades parecen encajar más en este último perfil narcisista y de rasgos sociopáticos, y estar respondiendo a una situación de crisis desde sus rasgos menos saludables y más peligrosos, más preocupados en no demostrar temor o no ceder en las demandas para cuidar su imagen, que en asumir su responsabilidad para operativizar una salida pronta y sin matanzas a la actual crisis.

 

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