El Cerebro de AG

 

Guzmán señalando su cabeza
En estos días de espera a que se disponga sobre los restos del cabecilla senderista Abimael Guzmán, y siendo una de las posibilidades de decisión frente a un cadáver no reclamado o no identificado, se me cruzó por instantes la idea de que pudiera ser donado a la ciencia. Imaginé un traslado de su cráneo en una congeladora hasta las instalaciones de Quántico o el Pentágono en EEUU. 

Fue un chispazo breve, pues de inmediato recordé que los estudios de frenología están bastante desacreditados, y lo contemporáneo es poder analizar las sinapsis, las hormonas y las respuestas de un cerebro vivo, y el de Guzmán debe tener litros de formol a estas alturas para evitar que los vecinos chalacos respiren aquella miasma.

Mientras que los juristas aún están a tiempo de definir los protocolos frente al deceso de Guzmán y otros sentenciados por terrorismo, las psicologías clínica, forense y social, ya perdimos la oportunidad de un análisis científico de la personalidad, mecanismos de disuasión, y posibles trastornos padecidos por quien tramó y dirigió el hecho de sangre intencional más grande de la historia contemporánea del Perú.

Algunos historiadores señalan que mayores fueron los genocidios de la conquista, virreynato y la explotación del caucho. Y aunque en términos numéricos tienen razón, cualitativamente, ninguno de estos actos sangrientos tuvo como un elemento el culto a la imagen. Pizarro, el virrey Toledo, Arana, etc. tampoco construyeron una narrativa de “cuota de sangre”, y no disimularon su racismo como lo hicieron los senderistas. No se trata de evaluar “quien mató menos” como decía Jorge Trelles para justificar al fujimorismo. Se trata, o al menos estas líneas tratan sobre la comprensión de un fenómeno único, y esperamos irrepetible.

 

Buscando a Jodie Foster

Cuando presentaron a Abimael Guzmán en una jaula con traje a rayas, la imagen evocaba a Hannibal Lecter, el asesino serial de la película “El Silencio de los Inocentes”. Sin embargo, no hubo una Clarice Starling (Foster) que aprovechara los conocimientos y el pensamiento desviado del encarcelado para resolver otros casos y salvar vidas.

En nuestro país no tenemos el fenómeno de asesinos seriales al nivel de EEUU, tal vez por factores culturales o sociológicos. Esto es positivo, pero al mismo tiempo, este tipo de comportamiento (y las sectas con accionar delictivo) permitieron en otros países un mayor desarrollo de áreas de estudio desde las psicologías, antropologías, criminologías y ciencias forenses, que pese al fenómeno senderista no se han desarrollado en nuestro país.

Existe una deuda a este nivel de análisis puesto a disposición de la ciudadanía y de las clases gobernantes.

En estas líneas no voy a saldar dicha deuda, se requiere una pericia y un tiempo de investigación para ello, pero sí lanzaré algunas hipótesis de por qué tuvimos un Lecter sin una Starling: Un asesino sanguinario, cognitivamente inteligente y carente de empatía, sin un área de psicología criminal y perfiladores forenses.

 

Estigmatización de la senderología y patologización desde la psicología

Al mismo tiempo que se daba el fenómeno de Sendero Luminoso, surgían sus primeros estudiosos, algunos como Tapia y Degregori conocieron personalmente a Guzmán, otros fueron periodistas que vieron la necesidad de informar, y finalmente el equipo de inteligencia de la PNP que logró su captura. ¿Qué tienen en común estos tres grupos de senderólogos? La limitada difusión de sus estudios. Además, en el caso de los cientistas sociales, la estigmatización desde un gran sector de la derecha peruana, y en el caso de los periodistas, su separación de los medios de comunicación masivos y concentrados, que prefieren lanzar epítetos antes que difundir conocimiento e información a la ciudadanía.

Hace no mucho ante un feminicidio en que el cadáver de la víctima fue descuartizado y conservado en la casa de la asesina (cuál relato de E.A. Poe), intenté en un debate en grupo cerrado alcanzar algunas interpretaciones de las posibles motivaciones de la asesina. Rápidamente mis comentarios recibieron respuestas ensañándose en contra la “maldita asesina”, y que cómo se podía intentar “comprenderla”. No recibí comentarios, aún habiendo colegas psicólogas y cientistas sociales en ese espacio, rebatiendo desde la teoría o la investigación mis argumentos. En sí, la sujeta era una tal por cual, y no se merecía el menor interés, ni intento de explicar su conducta.

Algo similar sucede con cada persona que de manera desapasionada intenta comprender el fenómeno desde la explicación del comportamiento humano. Tuvimos un líder carismático y mesiánico, un grupo de seguidores fanatizados, y una masa que rechaza sus actos violentos y dogmáticos con más dogmas y más violencia, y ni un solo estudio trascendente desde las psicologías forense y social que intente una aproximación científica.

Pero no todo es culpa de la estigmatización a los senderólogos y la limitada difusión de los estudios sobre Guzmán y Sendero. La propia psicología peruana, de fuerte tradición clínica, con enfoques patologizantes, y la concepción ciudadana de que cualquier trastorno o problema de salud mental es incapacitante tienen una buena parte de responsabilidad en este vacío del conocimiento.

Guzmán no tenía todas las capacidades emocionales y afectivas de una persona integrada a la sociedad de manera eficaz. ¿Nació así o fue su socialización? No lo sabremos a ciencia cierta, y existen teorías para ambas hipótesis.

Guzmán al no tener todas las capacidades, ¿tenía un problema de salud mental? Sin lugar a duda. Basta con observar su lenguaje corporal, su mirada, leer algunos de sus textos o escuchar parte de sus declaraciones para concluir que algún problema padeció.

Entonces, ¿Guzmán era un loco? Depende de nuestra definición de “loco”, si lo usamos a la ligera sobre cualquier persona excéntrica, o si lo usamos para alguien en situación de calle o desvinculado de la realidad. Pero de ninguna manera era una persona inimputable, es decir alguien que por su estado de salud mental no pudiera discernir qué era real o impedida de controlar su propio comportamiento. Guzmán sabía perfectamente qué era real y qué estaba promoviendo, y por eso respondió por sus crímenes, como deben responder también los feminicidas, los violadores, y la gran mayoría de criminales y asesinos contemporáneos, sobre quienes también existe una deuda en cuanto a la investigación y explicación sobre su comportamiento delictivo.

Estudiar y comprender científicamente a un criminal y sus actos, no es hacer apología, ni mucho menos producto de la admiración. Es un área descuidada de nuestras ciencias que nos podría ayudar prevenir que sucedan hechos parecidos en nuestro país, y por qué no, en otros países del mundo.

 

 

 

 

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