Nelly en el Laberinto – Parte II

Nelly Rubina reside en San Juan de Lurigancho, en un laberíntico cementerio informal camino a la casa de su hermana. Pero Nelly en realidad reside en varios lados, como por ejemplo en el Monumento “El Ojo que Llora”. Ella está allí, en una piedrita, con miles de desaparecidos y asesinados a quienes la muerte cogió desprevenidos, y que hoy conviven en el laberinto del monumento. El laberinto es a la vez una metáfora del azoramiento permanente que fue el conflicto armado interno, y metáfora del caos que ha representado la búsqueda de justicia para sus familiares.

El caos parece perseguir a Nelly desde que llegó a Lima desde Huánuco, y hasta ahora no podemos ofrecerle siquiera una memoria que no asemeje un laberinto con recovecos, falsas salidas y lugares ocultos.

Veinticinco años después de la matanza de Barrios Altos, coexisten, aún entre activistas y defensores de derechos humanos diversas versiones e hipótesis de lo acaecido y de las historias de vida de quienes fueron asesinados allí, incluyendo aquella que se equivocaron de casa al escuchar la canción de Dolorier “Flor de Retama”.

La mayoría de estas versiones coinciden en que algunos o todos los que se encontraban en el solar pertenecían a una agrupación terroristas, luego varían respecto a quiénes y a cuántos, y si es que alguno de los demás vecinos había sido o no un soplón. Todas estas versiones provenían de otra manera del fujimorismo a través de sus diversos tentáculos: prensa comprada, congresistas fanáticos y por su puesto a la cabeza, un grupo de inteligencia que intentaba tapar su torpeza, pero sobre todo su crimen.

La verdad es que era una pollada para arreglar el desagüe. La verdad también es que no estaban solamente los del solar, sino invitados, después de todo había que sacar fondos. La verdad también es que era más para distribuir la pollada que una fiesta en sí, y la cosa ya estaba terminando, incluso algunos vecinos con copas de más se habían retirado a dormir. También es verdad que algunos de los vecinos y vecinas simpatizaban con Fujimori, habían votado por él, y hasta creían en su política anti-terrorista, en la más cruel de las ingenuidades.

Como en todo solar había gente que se llevaba bien y mal, gente que se conocía y quienes no, eso facilitó que creciera la red de mentiras sobre la supuesta filiación terrorista de algunos. Y sí, hubo también un sobreviviente que fue acusado formalmente de terrorismo, fue encarcelado, y luego liberado. Como también se dijo que el papá del niño muerto había estado cumpliendo pena por terrorismo al mismo tiempo que desposaba a su hoy viuda.

Tales eran las historias entretejidas, los agravios, el temor y la desconfianza, que incluso algunos abogados de derechos humanos dudaban en asumir los casos, y es así como en vez de que uno solo asumiera la causa del caso, cada familiar fue encontrando a quien se atreviera a defenderlos.

¿Si puedo poner mis manos al fuego porque nadie en ese solar o en esa pollada simpatizaba con Sendero o con el MRTA? En este país hay presunción de inocencia y libertad de pensamiento, y a quienes fueron asesinados no se les puede juzgar ni menos probar un delito. Sin embargo lo más importante es que la pregunta no es esa.

La pregunta correcta es: ¿pueden agentes paramilitares entrar a una residencia disparando a quemarropa sin ninguna orden judicial, y sin que se esté cometiendo un delito? No. La respuesta es no. Eso es un asesinato, un crimen de lesa humanidad, por eso Fujimori está en prisión, por eso Nelly aún no encuentra paz en ese laberinto de mentiras que es una de las herencias más nefastas del tiempo de violencia que vivió nuestro país. Eso, y pensar que algunas vidas son descartables, después de todo, quienes murieron eran pobres y migrantes, pero como es muy feo justificar así su muerte, mejor digamos que eran terroristas y todo fue un “exceso”.


Aunque injustificable, es comprensible que los ex agentes del grupo colina y los fujimoristas argumenten que los fallecidos en Barrios Altos eran terroristas. Lo que no tiene comprensión y justificación alguna, es que el resto de peruanos y peruanas, sigamos condenando a Nelly y las otras 15 víctimas, a los sobrevivientes y a sus familiares a una memoria llena de mentiras, sin aceptar nuestra culpa como sociedad por la indiferencia, la negación y por haber tolerado y seguir promoviendo que una agrupación política que defiende asesinatos, robos e injusticia siga hoy en el poder.

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