Shapervilles Cotidianos

El 21 de marzo recordamos la masacre sucedida en Shaperville, Sudáfrica, cuando un grupo de manifestantes contrarios al apartheid fueron atacados por el gobierno sudafricano de entonces, resultando muertas59 personas. Este hecho conmovió a la comunidad internacional, y años más tarde la Organización de Naciones Unidas declaró esta fecha como Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial para recordarnos a todos los extremos perniciosos a los cuales lleva el racismo.

Diversos analistas, politólogos, antropólogos, psicólogos y sociólogos coinciden que en el Perú las leyes de convivencia que nos rigen son las transmitidas social y culturalmente, mientras que las legislación dada formalmente es mayormente incumplida, sea que le llamemos un predominio de la oralidad o la informalidad, lo cierto es que el día a día no es normado por el Congreso, sino por costumbres transmitidas ancestralmente, en especial, desde la colonia.

En Perú nunca hubo una legislación racista como el apartheid sudafricano o la segregación estadounidense. Tampoco fue necesaria nunca. El racismo se encuentra institucionalizado de la forma más poderosa que existe en nuestro país: en la mentalidad, las relaciones, costumbres y lo considerado “normal”. Por ello, aunque la lucha por normar la discriminación como delito es imprescindible, y aunque en los últimos tiempos haya rendido frutos especialmente en Lima Metropolitana, este flanco de la batalla es insuficiente.

Nunca hemos tenido –y esperemos no suceda- una masacre tan evidentemente racista como la de Shaperville; pero sí hemos tenido y seguimos teniendo masacres cotidianas silenciosas. El racismo estuvo presente en la fundación de la república, manteniendo a afrodescendientes esclavizados y a indígenas sin derecho a voto. Atravesó nuestro conflicto armado interno en sus orígenes, en su forma y en sus víctimas, en las levas, en las torturas y las violaciones sexuales. El racismo está en las peores condiciones de vida, trabajo, educación y salud de indígenas y afroperuanos, ciudadanos de tercera invisibilizados, ignorados y utilizados políticamente.

Cada vez que sele niega un trabajo digno a una afrodescendiente, que una niña indígena camina dos horas para recibir una clase mal dada, que un candidato promete una ley que luego tergiversa en su ejecución, cada vez que la posta le niega a un afroperuano la atención por su diabetes tipo 2, y que se contamina el hábitat de un pueblo indígena por actividades extractivas, ocurre un pequeño “Shaperville” en Perú.

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