Talkin' 'bout my generation (Hablando de mi generación)

La generación de la lucha contra el fujimontesinismo fue bautizada internacionalmente como “Generación X” por analistas que no supieron encontrar el factor común o aquello frente a lo que se erigían los entonces jóvenes. En América Latina esa generación ha protagonizado los cambios de las últimas décadas, cambiando las formas de hacer política. Irónicamente, en Perú la politización alcanzada (diferente de la partidarización, que nunca se logró) se frustró con el éxito en derrocar al régimen con los vladivideos. El logro del objetivo por una vía distinta al punto cúspide de las movilizaciones (la “marcha de los cuatro suyos”) fortaleció el individualismo y debilitó la organización. Así, lo siguiente que sucedió fue la disputa interna por puestos de trabajo y cuotas de poder tras las elecciones que sucedieron a la derrota de la dictadura.

Diversos aspectos contribuyeron a que la mayor victoria de esta generación se convirtiera en pírrica para la construcción de la democracia, como la destrucción sistemática de las organizaciones sociales, la estigmatización de las ideologías izquierdistas y de los partidos, el contexto internacional y un largo etcétera, del que este artículo tratará uno: el hueco intergeneracional. Aparentemente la generación inmediata anterior estaba totalmente ausente de la política. No hubo quien diera la posta, la generación de los noventas debió aprender en el camino de sus propias contradicciones, dudando permanentemente de los políticos que les acompañaban. Esta ausencia de los ochenteros llevó a pensar que era una generación a-política, cuando solo era una generación a-partidaria igual que la de los noventas. Sin embargo, parte de la ideología que abrazan es negar la importancia de las ideologías, culpándolas de generar "atraso", mientras la economía es la que genera "desarrollo", que a su vez representa el bienestar.

La segunda ironía es que aunque quienes marcharon contra la dictadura no tuvieron acompañamiento de la generación anterior, le abrieron las puertas para su retorno. El fin de la conflictividad y la reafirmación de la economía neoliberal en el Perú la convirtió en el escenario ideal para el posicionamiento de los yuppies ochenteros. No es que esa generación se hubiera perdido, simplemente un importante contingente salió del país a formarse en la ideología neoliberal del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional; mientras que el resto se paralizó con el terror del conflicto armado interno.

Recapitulando, hay una generación ochentera que cambió las ideologías partidarias por el individualismo y la ideología neoliberal, donde con una economía saludable se logra el bienestar (nótese que esta generación perdió su estatus y sus primeros empleos con la mayor hiperinflación de la historia), y una generación noventera que aprendió que un lobby personal es más efectivo que una organización de masas. Evidentemente existen valiosas excepciones en ambos contingentes que luchan por construir nuevos referentes, pero que primero deben vencer la batalla intergeneracional con los sesenteros y setenteros.

Las generaciones sucesivas tienen como principal referente una combinación entre el individualismo y el culto al dinero, combinado con un énfasis en el uso de las nuevas tecnologías. No debe sorprender por ello que su reacción mayor haya sido frente a un atentado directo a sus bolsillos, y no a la vulneración del sistema democrático como lo hicieron los noventeros. Tampoco debe sorprender el uso de nuevas formas de organización que combinan la tecnología con lo territorial.

La generación de los noventas tiene la tarea de acompañar el proceso, no de analizarlo. La misión es compartir los aprendizajes de las victorias y derrotas, no juzgar el movimiento emergente. El reto es, en suma, propiciar la sinergia que no hubo con la generación precedente para ofrecerle al país la oportunidad real del giro de timó que viene reclamando hace tres décadas.




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